martes, 9 de junio de 2015

Como el sol

Ardía como el sol cuando todo estaba nevado. Sus ojos eran cálidos como sus manos al rozarme la piel. Y sus labios, ¡sus labios! Ardientes y deslumbrantes como las mismísimas estrellas, entrechocándose con los míos en apasionados besos que muchas veces terminaban con nosotros bajo la luna.
      Pero un día se fue. Nunca tuve constancia de su partida pues siempre su alma permaneció en mi corazón. Siempre quise aguardar la esperanza de que pronto regresaría, pero nunca fue así. Sin embargo, jamás dejé de sentir el calor de su corazón ni de ver en los cristales sus ojos llameantes ni de abrazar su cálida piel.
     Se fue y nunca volvió a mi lado. Siempre lloré. Siempre lloré, y todas esas lágrimas no sirvieron nunca para nada. Sabía que ya no le acompañaba la vida. Sabía que todos los destrozos del mundo, mezclado con el aire poluto sobre la tierra y dentro de ella había acabado con su vida. Las máquinas, habían disparado apuntando sus balas directas a sus ojos, y estos se habían apagado.
      Pero nunca dejaré de buscar aquel lugar con el que tantas veces habíamos soñado. Y escaparemos juntos hacia un lugar lleno de color y donde se pueda sentir el calor de los ojos y donde pueda recordar con total claridad cómo era acariciar los rayos de sol que me proporcionaban tus abrazos.