jueves, 16 de junio de 2016

Nunca te podré olvidar

No fuiste lo que se dice un compañero más. Tampoco fuiste lo que se dice un amor más. Y, por desgracia, no puedo hablar de ti como una persona que me diera más alegrías que tristezas, pero sí puedo decir que, a pesar de todo, te echo de menos. Todos lo hacemos.
                Han pasado varios años desde que te conocí y fui tu compañera, no solo de clases, sino también de emociones. Y fueron días muy bonitos para mí, en verdad, aunque estuviesen por llegar los malos momentos. Yo te veía y sonreía. Y todavía hoy recuerdo esa mañana en la que corrí por el pasillo hasta tus brazos, y me alzaste y dimos varias vueltas a pesar de no estar solos allí. No me importaba, y tampoco a ti.
                Pero se cumple ya un año desde que no estás junto a nosotros. Hoy podrías continuar estudiando, cumpliendo tus objetivos y expectativas, y yo, si hubiera conocido todas las cosas que te atormentaban, podría haber estado a tu lado, apoyándote en vez de huyendo de ti. Pero el destino es cruel y no quiso que fuera así. Y cada vez que te recuerdo se me revuelve el corazón pensando en lo que pudo haber sido pero no llegó a ser.
                Sí, confieso que llegué a aborrecerte por todos los malos ratos que me hiciste pasar, pero todo eso se esfumó hace un año, cuando me di cuenta de lo que de verdad ocurría. Y ahora cada vez que escucho tu nombre solo puedo sentirme cohibida, arrebatada de la realidad. Anclada tan solo en lo bonito del pasado, en ese abrazo y esas vueltas en el aire. En los chistes durante las clases y en nosotros conteniendo la risa. Porque la nostalgia y la tristeza son más poderosas en mí que la cólera. Porque no merecías nada de lo que te estaba sucediendo.
                No te conocía mucho, después de todo, pero me basta con haber sabido de ti, con recordarte, con hablar de ti aunque me duela.
                Nadie merece sufrir como lo hiciste tú. Nadie merece ser arrebatado de los brazos de la vida, tan joven, con tantas cosas por hacer y tantas otras por descubrir. Con tantas sonrisas que arrancar y mostrar al mundo. Y, tristemente, por mucho que nos duela, sabemos que eso no podrá convertirse en realidad.
                Estés donde estés, solo espero que hayas encontrado un buen lugar para descansar y dejar el dolor. Estés donde estés, espero que puedas perdonar mis últimas acciones en base a mi ignorancia.

                Así pasen cientos de años, nunca te podré olvidar.

domingo, 12 de junio de 2016

Mientras llamo a la muerte

Sabía que te habías ido para siempre. Mi corazón muerto me lo susurró una noche en la que tus abrazos no me arropaban.
                Me estaba pudriendo por dentro. Las fiestas, el alcohol, las drogas, los hombres… pero no era capaz de contar con tu ayuda, a pesar de tantas veces que me la habías ofrecido. Porque creía que ocultándote la verdad te quedarías junto a mí, pero muy en el fondo de mi alma veía cómo te ibas alejando lentamente de mis manos.
                Esos labios que acariciaban mi cuerpo sin pedirme nada a cambio. Esos ojos que me miraban con el resplandor de las estrellas. Ese latido dedicado a mí y a nadie más. Tú eres mío y yo era tuyo. Y el mundo entero nos pertenecía.
                Y ahora que la casa está vacía y mis palabras no tienen sentido, mis venas sufren tu pérdida en silencio y mi cabeza se llena de imágenes del pasado, borrosas y confusas, que no me dejan pensar con claridad. Y son ellas las que me hacen perder la paciencia y llorar descontroladamente.
                Mientras todo cambia, mientras el tiempo pasa y tú te marchas, yo permanezco en el lugar donde me dejaste, tirado como una rata moribunda, suplicando a la muerte, entre carcajadas, que acuda pronto a mi encuentro y me arrebate el dolor del cuerpo y del corazón. Pero no la veo venir más que en las pesadillas. Unas pesadillas que se convierten en sueños frustrados, porque me despierto y sigo con vida, deseando encontrarte a mi lado, como tantas otras veces.
                Cuando las luces del alba se ciñen sobre el cielo, evito pensar en tu sonrisa, pero no puedo. Evoco todos los momentos que compartimos juntos: las caricias de tus manos, las noches de júbilo en las que yo era dueño de mí mismo y tú dueño de mi vida. Los paseos bajo la luz de la luna o bajo la lluvia, ¿qué más dará? Si todo era perfecto estando a tu lado.
                Pero fui yo el imbécil. Fui yo el que se dejó arrastrar por las noches, el que calmaba sus ansias con falsas esperanzas de un júbilo muy distinto al que sentía contigo. El que miraba al resto de los hombres con deseo en los ojos y robaba besos por el simple placer de hacerlo. El que regresaba a casa borracho, drogado y con ganas de hacerte entrar en mi fiesta interminable. Y era yo el que te buscaba cuando tú tratabas de esconderte, sin saber por qué lo hacías, si yo solo quería pasar un buen rato contigo.
                Ahora no veo la luz del sol ni siquiera en la televisión. Está apagada durante todos los días. No quiero saber nada sobre el exterior. No quiero, simplemente no quiero… porque no quiero acabar recordándote, mientras me tiro en la cama a hacerme sufrir otra vez para calmar el dolor que me produce tu recuerdo. Y sé que eso pasará, pero igualmente sucede todos los días. La televisión apagada, pero mi mente devastada evocando tus ojos esmeraldas una y otra vez.
                —Hyoga… deja de hacer esto —me dijiste llorando—. Deja de hacerte daño. Deja de hacernos daño. —Y te dejaste caer con el rostro hundido entre las manos mientras yo te suplicaba que me dieras un beso.
                —No estoy mal, Shun, no lo estoy. Solo te pido que me beses una vez más. Te echo tanto de menos…
                —Nunca me he ido, Hyoga —dijiste, en apenas un susurro—. Pero si sigues así, no me dejarás otra opción…
                Aquella noche te prometí que cambiaría. Que nuestra relación volvería a ser la que era al principio, y lo estuve consiguiendo. Salíamos todas las tardes a pasear, daba igual el tiempo que hiciera. Íbamos cogidos de la mano y contemplando cada detalle de las calles, como si fuera la primera vez que las veíamos. Y para mí, así realmente era después de tanta oscuridad en un mundo al que, realmente, no quería pertenecer.
                Pero no duró eternamente. Encontré en un abrigo los restos del pasado ensombrecido y caí rendido al pleito del que quería escapar. Y salí. Y bebí. Y me drogué. Y visité las malas compañías. Y pasé con ellos unos días que no soy capaz de recordar. Y tú caíste conmigo, pero sin mí, en la más profunda tristeza.
                Se fueron los paseos. Se fueron las conversaciones. Se marcharon los pequeños detalles de las calles y volvía a ser incapaz de mirar más allá de mis manos y de tus ojos apagados por el sufrimiento de verme morir con cada calada.
                Y ahí estaba yo tirado en el suelo, con los brazos ensangrentados y los labios secos. Los ojos, llenos de lágrimas, tan muertos como mi alma y tan destrozados como mi mente, esa que da vueltas, descontrolada, intentando desesperadamente encontrar un lugar por el que escapar de la realidad que yo mismo he creado para mí.
                Una realidad lejos de la felicidad.
                Un universo distinto en el que no existen manos salvadoras ni recuerdos que no perforen mi malogrado corazón.
                Querría encontrar una puerta que al abrirla me condujese directo hasta ti. Que me abrazaras y me dijeras que todo va a salir bien, porque ya no veo nada bueno a mi alrededor, y el dolor de mi cuerpo es tan punzante como el de mi ser. Querría encontrar una escapatoria a este mundo sofocante, desplegar las alas e irme con un dios salvador, que me tienda la mano y me aleje de todo.
                Querría buscarte entre toda la oscuridad, recurrir a la luz de tus ojos esmeralda y rehacer el camino hasta el comienzo de todo, cuando lo único que importaban eran nuestras risas y nuestro cariño. Cuando nada se interponía entre nosotros. Cuando yo no me iba para perderme en la mediocridad.
                 Cuando yo no tenía que cortar mi piel añorante de tus manos para olvidar que eras tú quien guiaba mis pasos en la oscuridad de la noche.