domingo, 9 de octubre de 2016

Dulces pensamientos de un hobbit enamorado

En un agujero en el suelo, vivía un hobbit.
                No son mis propias palabras, lo sé. Sé que no es cortesía desacreditar al señor Bilbo Bolsón, pero no puedo más que cogerlas prestadas para poder expresar todo lo que siento.
                Son muchas experiencias vividas, que Rosita me perdone. Pero después de todo lo que he pasado, junto a él, no puedo más que dejar que mis ojos brillen, tanto de tristeza como de felicidad cada vez que le veo. Y es que por mucho que me esmere en dejar perfecto su jardín, nada es más perfecto que él, mi señor.
                Por esto, he de tomar prestadas las palabras del viejo Bolsón. Pues ahí vivía, en efecto, y vive, por suerte para mis ojos.  Pero no tanto para mis manos.
                Sí que han pasado tantas cosas… desde que partimos de la Comarca, en única compañía, desde que nos encontramos a Merry y a Pippin y desde que llegamos a Rivendel. ¿Quién iba a imaginar que, a partir de ahí, nos esperaban tantas otras aventuras? Nadie, por supuesto. Yo ni en mis más remotos sueños. Pero así fue y, aunque todo haya sido sufrimiento y nostalgia por las buenas cosas, no hemos hecho más que agrandar la felicidad en el mundo, incluso a aquellos que vivían en la ignorancia. No nos lo agradecerán nunca, pero no es nada que me preocupe. Solo sé que obramos bien.
                Concluimos el viaje hace bastante tiempo, pero no el suficiente para alejarme de ti.
                Hemos recorrido tantos caminos de la mano, que fue inevitable que te llorase cada vez que te alejabas del mundo, convirtiéndote en una sombra a medida que nos acercábamos más y más a Mordor. Pero yo no me rendí nunca. ¡Jamás me iba a rendir! No podía abandonarte. Mi corazón no podía abandonarte.
                Ni en la más absurda tristeza consiguió la oscuridad que te soltara de la mano y continuar caminando a tu lado, llevándote en mis brazos o dándote ánimos para seguir, a pesar de que en mi cuerpo no quedaba apenas vida. Me daba igual morir si era para lograr tu propia supervivencia.
                Quiera mi vida morir por ti. ¿Qué más me daba? Se cerrarían mis ojos para siempre, y no te podría ver más. Pero, a pesar de mi único dolor, era necesario que, llegado un momento de tal desesperación, tú fueras el que permaneciese en pie hasta el final de todo.
                Pero ¿qué digo? No fue así. Y no es esa cosa lo que me atañe, más que describir cada una de las sensaciones que me produce observarte.
Ojos soñados y brillantes,
suaves caricias de la brisa
en tu pálida piel.
Remotos sueños inalcanzables
que estirando los brazos
desearía tocar.
Vives a mi lado y te tengo cerca
pero nunca tan lejos te hube de mirar.
                Son vagas palabras cantadas por mis labios. Nunca podré expresar tales emociones con aire que salga de mi boca, pero es lo más parecido que puedo dedicarte, en la penumbra, escondido tras las flores de tu hogar. Conteniendo los latidos de mi corazón cuando te acercas demasiado y, sobre todo, cuando me sonríes recordándome todas las experiencias vividas.
                ¿Por qué me haces esto, oh señor Frodo? ¿No podrías olvidarme y enterrar mis deseos junto con las raíces de tus plantas?
                En un agujero en el suelo… sí, lo leí, y me arrepiento de ello. Quisiera tener la capacidad de expresarme tan bien como lo hizo en su momento el señor Bilbo Bolsón, para poder escribirte cartas anónimas en las que no se escapase ni un solo ápice de mi amor. Porque nada es más complicado de describir que lo que este hobbit siente por su amo.
                Olvidada ya Rosita. Quisiera tener una rosa cada día para regalarte. Pero una en la que siempre se aprecie todo el esfuerzo tras el regalo. Quizás acompañada de unos breves versos en una pequeña postal. Nunca se me dio mal eso de la poesía, ¿verdad?
                Pero en fin, ¿qué más podría decirte? Nuestros caminos son uno solo, pero uno solo que no conduce mucho a donde yo quisiera llegar. Sin embargo, no he de quejarme, señor Frodo. Todos sabemos que los hilos no se rompen, y que es muy complicado crear unos nuevos cuando ya hay viejos establecidos.
                Con te compadezcas de mí, aunque puede que merezca compasión.
                Tan solo quiero disfrutar de tus ojos y de tus sonrisas todo lo que me queda por delante de vida. Ya sea bajo el sol o bajo un fiera tormenta.

sábado, 1 de octubre de 2016

Corazón en el espejo

Me acerqué al espejo con la esperanza de encontrar tu rostro pálido al otro lado, en ese universo extraño que no deja de devolverme imágenes que no logro comprender.
                Y ahí estabas. Con los ojos como escarchas mirándome profundamente, como pretendiendo romper mi alma en mil pedazos o llevarme contigo al lugar donde no pasa el tiempo.
                Es una pesadilla y un dulce sueño. Todas las noches lo mismo.
                Las estrellas de mi habitación continúan bailando sus danzas como todas las noches, ignorando el techo de cristal que no deja de desaparecer. Las musas vienen y van, me susurran al oído y pretenden, en ocasiones, que les siga por el sendero de la ventana. Pero yo no quiero, ya se lo dije a todas. No las voy a seguir, quiero quedarme delante del espejo, contigo. Hasta el final de mis días.
                Tu sonrisa llena mi corazón como nada en el mundo lo hace. Ni siquiera las olas de mi cama son capaces de mecerme como tú lo haces, tan solo con tu mirada fría.
                Y son tus manos describiendo círculos sobre la superficie del espejo las que me hechizan y me llevan hacia lugares inexplorados de mi mente. Es como si acariciasen mi cuerpo, mi cabello, mis mejillas. Todo. Y no paran, ni cuando desaparece tu imagen, pues perduran en mi recuerdo el resto de la eterna noche.
                El sol hace mucho tiempo que dejó de asomarse por el horizonte. Todo a mi alrededor está oscuro, salvo los puntos de luz de las paredes invisibles. Y salvo tu boca. Tus labios. Tus lágrimas, tu piel.
                A veces el cristal se convierte en una cortina de agua por la que me gustaría pasar, pero tengo miedo. Nunca he cruzado el umbral del universo, y no sé si cuando lo haga tú continuarás al otro lado. ¿Estás ahí de verdad o es tan solo la ilusión de mis ojos entristecidos? ¿Me paso el día soñando, incluso cuando creo que estoy despierto?
                Siempre estás. A veces acompañado, a veces con mi sola presencia. Pero estás. Y aparecen destellos escarlata a tu alrededor, como si alguien estuviese pagando las consecuencias de sus actos, gritando de dolor como lo hace mi corazón por no poder traspasar el espejo. Quizá las estrellas tejan sus hilos de luz en torno a nosotros, y sean ellas las que no permitan nuestro entrelazamiento.
                Pero me contento con observarte. O eso me repito. Eres un vano fantasma hecho de reflejos que no existen en mi plano. No eres más que un chico al que anhelo conocer desde hace ya un tiempo que no recuerdo. Porque ¿cuándo empezamos a vernos? ¿Cuándo empecé a soñar contigo, a añorarte sin siquiera saber qué eres?
                No puedo tenerte. Tus cabellos rubios… jamás podré mesarlos entre mis manos. Jamás podrás tú mesar los míos, aunque la sola brisa de la noche sea como tus dedos en mi piel. Y me contento solo con mirarte, a todas horas, durante todos los minutos. Si pudiera, sin pestañear. No quiero perderme ni un solo suspiro tuyo.
                Y estabas congelado en el espejo, con tu corazón como único motor de tu alma. Con los labios entreabiertos y las manos apoyadas contra el cristal. Tu mirada era de terror, y tu piel estaba más pálida de lo habitual.
                —¿Qué te pasa? —Te pregunté, temblando de miedo.
                Parecías estar perdido en el tiempo, como si tu mundo se hubiese detenido para siempre. Solo subía y bajaba tu pecho con cada inaudible respiración. Tus ojos estaban inspirados por el más puro terror. ¿Qué viste? ¿Por qué nunca me lo contaste? ¿Por qué desapareciste de mi vida tan temprano?
                Aún te veo hoy en día, pero sigues congelado. Ya no sonríes, ya no me miras. Tus ojos azules como el hielo están perdidos en algún punto entre las estrellas de mi habitación, y por mucho que he tratado de saber qué es lo que miras, no lo he conseguido. Pues todo es oscuro a mi alrededor, salvo tus ojos, tus cabellos dorados, tus labios, tu piel…
                Y me enamoro de un vano fantasma. Me seducen tus ojos anclados, tus manos sobre la superficie del espejo que nunca conseguí ni conseguiré traspasar. Y todo ha detenido su curso. Y puede que mi corazón se detenga por tanto mirarte. Por añorar tus besos imaginados y la brisa fingiendo tus manos.
                Puede que algún día también mi tiempo se detenga, y podré ir a buscarte, sea como sea, allá donde estés.