Cayó la noche sobre la ciudad, y
justo cuando una brisa fría amenazó con hacerles tiritar, entraron en el
restaurante donde iban a cenar. Era espacioso, pero un lugar al fin y al cabo,
y Mu tenía la mirada tan perdida en el destino que apenas le prestó atención.
Las demás parejas también habían acudido, cómo no, e iban cogiendo asiento para
disfrutar de la noche.
—¿Te gusta el lugar? —Le preguntó
Shura con una sonrisa.
—Es muy bonito —asintió, pero no
dejó a un lado su expresión sombría.
—Vamos a sentarnos —le cogió de
la mano suavemente y lo llevó hasta una de las mesas.
Se
sentaron en silencio y compartieron una botella de vino antes de que el
camarero les sirviese la cena.
—Esta noche las estrellas brillan
con locura —dijo Shura, y Mu alzó la mirada hacia él.
—Es una noche preciosa de
estrellas. Ojalá no acabase nunca —suspiró.
Shura
estiró los brazos y cogió las manos de Mu entre las suyas sobre la mesa. Sus
ojos palpitaban al ritmo de su corazón y, aunque alegres, compartían la misma
pena que apresaba el alma de su amor.
—Sonríe —le pidió en un susurro—.
Vivamos antes de que sea demasiado tarde.
—Solo si vivo contigo —le dijo
con un hilo de voz.
—Vivirás conmigo, amor. Siempre
estaré a tu lado. Jamás me alejaré de ti. ¿No recuerdas las veces que te hice
esta promesa? Pienso cumplirla, Mu.
—Te creo, amor, pero hay personas
que son capaces de separarnos por la fuerza…
—Esas personas no tienen espacio
entre nuestro cariño. No las temas, cielo, no temas a nada, porque no pueden
quitarte lo que le pertenece a tu corazón.
—Pero… —se quejó—, no quiero que
te lleven lejos de mí. No quiero tener que dejar de sentirte a mi lado —movió
bruscamente la cabeza hacia un lado y cerró los ojos con fuerza tratando de
contener las lágrimas.
El
camarero llegó hasta la mesa y retiró el plato vacío de Shura y el plato a
medio comer de Mu. Poco rato después, les trajo como postre un pedazo de pastel
de chocolate. Mu miró el plato con recelo, como si el pastel fuese toda la
causa de su tristeza. Entonces, Shura cogió con la cuchara un trocito del suyo
y se lo llevó a la boca de Mu, quien separó los labios y lo cogió con los
dientes, degustándolo con una sonrisa tonta asomándose a su rostro, la cual
radió en alegría los propios labios de Shura.
—Te encanta el chocolate, no me lo
niegues —dijo el moreno sin dejar de sonreír.
—Ya sabes que sí, pero ahora
mismo me sabe amargo.
—Puedo decirle al camarero que le
eche un poco más de azúcar —bromeó, pero Mu seguía con la mirada apagada—.
Vamos —se levantó de la silla y le tendió una mano a Mu para que le acompañase
fuera del restaurante. Ya la mayoría de las parejas habían terminado sus cenas
y salían también.
Comenzaron
a pasear bajo la luna y las estrellas cerca del río, ligeramente vallado. Shura
lo besó bajo la mayor parte de las farolas y lo abrazó fuertemente bajo la copa
de un pequeño árbol.
—Nunca me perderás —le susurró
otra vez, con la esperanza de que sus palabras calmasen a su amor, pero este no
podía hacer otra cosa que sollozar en sus brazos.
—Nunca te olvidaré —le juró.
Continuaron
el camino sin despegarse el uno del otro, con la mirada al frente y los
corazones en un puño de angustia. Se sentaron en uno de los bancos del paseo y
contemplaron la calmada corriente del río. Los árboles cubrían casi por
completo la orilla opuesta, y una docena de aves canturreaban sus canciones
nocturnas desde las ramas más altas. Al mismo tiempo parecía que todo el
paisaje se había vuelto una sola canción sonando al ritmo del titilar de las
estrellas.
—¿Recuerdas la última vez que
vinimos aquí? —Le preguntó Shura, y Mu asintió—. Estábamos bajo el mismo cielo,
bajo las mismas copas y frente al mismo río, algunos años atrás.
—Lo recuerdo perfectamente.
—Y ambas noches eran especiales
—continuó—, solo que en aquella ocasión le decía hola a una nueva vida que estaba por llegar, y ahora le digo adiós a todo lo que me hace feliz.
—Me gustaría tanto que no fuese
así… pero tú… tú… —sus ojos lloraron de nuevo y Shura lo estrechó entre sus
brazos.
—Esa noche te prometí que me
casaría contigo —dijo con voz tranquila—, y si mi futuro no fuera el de
separarme de ti, te juro que ese seguiría siendo mi plan. Porque no hay nada
que vaya a echar más de menos que tus sonrisas.
—Yo echaré de menos tus ojos y
todo el cariño que me das, mi amor. Ojalá las cosas no tuviesen que pasar de
esta manera y no tuviera que echar nada de menos…
—Yo también lo deseo, pero el
destino es cruel y fatídico.
—Ojalá no hubieras ido a luchar
aquella vez —alzó la cabeza para mirarle a los ojos y sostener el rostro de
Shura con sus manos.
—No tuve elección, tenía que
luchar por un futuro libre de tiranías…
—Tenías que haberte escondido
—exclamó con un río de lágrimas resbalando por sus mejillas.
Shura
cerró los ojos unos instantes y apartó las manos de Mu con delicadeza. Miró
hacía la corriente de agua y suspiró varias veces conteniendo él también las
ganas de llorar. Después, miró al cielo y sonrió contemplando las luces
bailantes que les observaban desde arriba. Su ojos, al fin, fueron a parar a
los de su amor.
—Nunca dejes de luchar por lo que
crees —le dijo sin apartar su sonrisa, pero permitiendo a dos escurridizas
lágrimas caer de sus ojos.
—Nunca te deshonraría de tal
manera.
Se
levantaron del banco y avanzaron por el camino, dando pasos cada vez más
pequeños y calmados, como temiendo que al final de este todo fuese a terminar.
La noche fue consumiéndose hasta
que el cielo dejó de ser del negro más oscuro, y las estrellas comenzaron a
desaparecer. Unos tímidos rayos de sol salieron por el horizonte.
El
amanecer empezó a sorprenderles mientras estaban echados sobre la hierba de una
colina. El resto de las parejas del restaurante también se encontraban allí,
con el corazón latiéndoles con tanta fuerza que pensaron que iba a salir
volando para buscar la libertad que siempre hubieron añorado, pero continuaron
latiendo en su pecho, enjaulados como estuvieron toda su vida.
—Hasta este momento —dijo Shura,
rompiendo el pequeño silencio de su alrededor—, nunca hubiera imaginado que el
alba fuese tan precioso como lo veo ahora.
—No quiero que me abandones al
alba, amor mío —le suplicó, y se echó sobre su pecho, escuchando los
apresurados latidos del corazón de su amor.
—Piensa que esta noche ha sido
solo nuestra, mi amor. Esta noche ha sido la más preciosa y especial de mi
vida, aunque sea la última…
—Aunque fuese la más preciosa,
detrás de ella viene la noche más larga —le miró a los ojos temblando con
fuerza, y de nuevo acudieron a ellos todas las lágrimas que pensó ya habían
terminado de caer—. Todo se convertirá en oscuridad si no estoy a tu lado.
—Mi amor permanecerá contigo allá
a donde vayas. Sé feliz, disfruta de la vida como yo intenté hacer. Lucha por
lo que es justo. Abarca más allá de lo que puedan tus brazos. Triunfa. Sonríe.
Cásate. Ten hijos. Enamórate de la vida. Enamórate de la libertad. Sé feliz.
Se
miraron largo rato a los ojos, y mientras esto hacían, todos los momentos que
pasaron juntos, y los que pasaron añorándose entre ellos, se fue sucediendo en
sus memorias hasta que unos pasos calmados destrozaron todos esos recuerdos.
—Es la hora —dijo una voz sobre
ellos, y Mu se sintió desfallecer al ver cómo Shura se levantaba de la hierba y
el hombre a su lado lo cogía por un brazo y se lo llevaba lejos de su corazón.
Mu
quiso gritar de angustia y sufrimiento, pero ningún sonido salió de su
garganta. A su alrededor todas las parejas que les acompañaron hasta el
amanecer se fueron deshaciendo y se escuchaban gritos de dolor desgarradores,
pero Mu no los percibió. Tenía los ojos clavados en la espalda de Shura y en el
hombre que se lo estaba arrebatando.
Una
mujer se acercó a él llorando desconsolada. Le abrazó con fuerza y Mu le
devolvió el abrazo comenzando a llorar como no lo había hecho nunca. Entonces,
otra mujer se les unió al abrazo, y quedaron así, con los ojos enrojecidos y
las mejillas encendidas. Los corazones destrozados y el cuerpo tembloroso sobre
la hierba. Y entonces, el llanto de todas las mujeres y hombres que quedaban en
ese lugar, gritaron al unísono amortiguando el sonido de los fusiles bajo la colina.
Y todas sus esperanzas se redujeron a cenizas. Y toda la libertad tristemente
anhelada quedó encerrada entre cuatro paredes. Y sus corazones sintieron de
nuevo el tacto metálico de las cadenas.