viernes, 31 de julio de 2015

Noche y amanecer

El aciago amanecer llegó a los campos de Pelennor con la oscuridad de Mordor rozando la ciudad blanca y llenando los corazones esperanzados de nuevo con desdicha.
            La batalla por la liberación del asedio había sido costosa y los heridos habían requerido de los poderes curativos de Aragorn para sanarse, proclamándose así como el rey que retorna a su trono, tan ampliamente deseado por los ciudadanos.
            Y aquella noche, antes del amanecer, habían dormido juntos en una tienda de campaña rodeada por el resto de los valientes que habían acudido de todo Gondor para luchar por la causa justa que era la paz para los pueblos de los humanos. Aunque sabían que aquello no era más que el principio de algo de lo que no veían un final despejado. Gandalf había convocado a sus allegados para discutir qué paso tomar después de esa pequeña victoria, teniendo en cuenta no las esperanzas de los hombres, sino la esperanza de dos hobbits encaminados hacia Mordor.
            Pero en ese momento no pensaban en ello. Sumidos en un abrazo soñador, Elrohir y Elladan descansaban las heridas de la batalla con los ojos cerrados, notando ya los resquicios de la larga noche que habían pasado juntos. Sin embargo, llevaban despiertos antes de que llegara el amanecer, pero no habían intercambiado ni miradas ni palabras, solo roces y caricias en el cabello oscuro, implorando por no tener que abandonar la tienda nunca más. Pero también eso sabían que era un sueño hecho jirones.
            —Deberíamos levantarnos ya —dijo Elladan por fin—. Es cruel la mañana pero siento que la esperanza no está perdida.
            —Las batallas nunca mueren, y ojalá no murieran quienes las libran —le respondió él—. Quiero y no quiero levantarme, Elladan. Estar a tu lado me da motivos por los que luchar, más de los que me da destruir el Anillo y a Sauron. Saber que si lucho lucharás tú a mi lado.
            —Nunca diré lo contrario —sonrió y le acarició una mejilla con suavidad.
            Y no era la primera vez de ese día en que se dedicaban dichas palabras. Al caer la noche, agotados por la inminente batalla, habían caído de nuevo sobre las sábanas, el uno sobre el otro, mirándose a los ojos y bendiciendo que ambos continuasen con vida para seguir viéndose por un poco de más tiempo. Desde que hubieron marchado a la causa de Aragorn, no habían conocido apenas la intimidad de la que ya tan acostumbrados estaban. Como decía el heredero de Isildur, el amor de dos hermanos era incomparable. Y así era, en verdad, el amor que unía a ambos peredhil, pero había dicho una vez Elrohir es incluso más que eso.
            —La decisión de Estel nos llevará de nuevo a combatir —dijo Elladan.
            —Hacía mucho tiempo que no te oía nombrar ese nombre —sonrió abstraído.
            —¿Qué te ocurre?
            —Mi mente me ha llevado por senderos que pocas veces quiero recorrer —le miró a los ojos con pena—. Partir a Mithlond cuando esta macabra obra termine.
            —No hace mucho pensé yo lo mismo —desvió la mirada también apenado—. Pero es temprano para pensar en ello. Ahora mismo solo me importas tú y el interior de esta tienda, y la posible aparición de las estrellas por las noches, y los rayos de sol que brindan esperanzas y amor.
            —Creo que podremos ser libres de obrar junto a los Valar —susurró—. Ellos comprenderán nuestro corazón.
            —Padre lo sabe —dijo Elrohir con seriedad—. Lo insinuó antes de la partida desde Imladris, pero yo no fui capaz a responderle.
            —¿Cómo te miró?
            —No lo sé, yo le daba la espalda. Solo me dijo esas palabras: sé que amas a tu hermano, pero en su tono de voz decía más allá del amor familiar.
            Elladan acarició la piel desnuda de Elladan bajo la sábana hasta llegar a su cintura, y recordó cómo esa misma cintura había estado entre sus manos hacía apenas unas horas antes del amanecer. Los recuerdos de la pasión desatada en la tienda, de los gemidos salpicados de esperanza y de las manos piadosas que entrelazaban los dedos en el suelo y se sujetaban recíprocamente para complacer al otro.
            Elrohir recordó el sabor de la piel de su hermano y sus ojos mirándole con éxtasis y sin pudores que soportar. El intercambio de miradas había sido tan cálido que casi había parecido que se encontraban en Rivendel y no en la fría noche de Gondor aguardando la caída de la oscuridad de nuevo sobre ellos. Pero lo único que llegó a caer fue el deseo y el ansia de poseerse mutuamente, como hacía tanto tiempo que no se poseían. Y los besos apresurados eran como miel en sus labios al compás de las manos pícaras que no dejaban de hacer su recorrido y al compás, también, de las subidas y bajadas de las caderas de Elrohir, quien no dejaba de recordar mientras se perdía en los ojos de Elladan.
            —Padre lo entenderá —insistió Elladan otra vez, siempre con la mirada en la de su hermano y la mano acariciándole la piel—. Nada nos ha separado nunca y nada nos separará de aquí en adelante, así un mal destino nos ataña, cuando cierre mis ojos para siempre, aún en ese momento, solo tendré oscuridad para vislumbrarte a ti.
            Elrohir quiso dedicarle una respuesta digna de sus palabras, pero los labios de Elladan oprimieron los suyos con suavidad. La intensidad se fue apoderando del beso y pensaron que yacerían juntos otra vez, pero los pasos apresurados de alguien afuera les obligó a deshacer el contacto y el deseo se marchitó en cuestión de segundos.
            Aragorn asomó la cabeza por la lona de la tienda, y al percibir la cercanía de los dos cuerpos, distrajo sus ojos con el bullicio de las gentes que se acababan de despertar y les dijo con voz ronca:
            —Marchamos en unas horas. Lo siento —añadió al final, y volvió a dejarles a solas.
            Elladan y Elrohir recogieron sus ropas y olvidaron por largos minutos que sus almas estaban entrelazadas de una manera especial que iba más allá del cariño entre hermanos. Pero antes, antes justo de salir de aquel lugar en el que se habían vuelto a amar, un beso, tal vez de despedida, les hizo demorarse al encuentro. Pero no les importó.
            Recordaron como esa noche habían compartido más que palabras y sus mentes evocaron el distante sueño de verse subidos en un barco que zarpara de los Puertos Grises, y verse envueltos por un manto de felicidad, sin más batallas de las que preocuparse, solo ellos. Elladan y Elhorir.
            —No mueras, hermano —le dijo Elladan.

            —No mueras, Elladan.

viernes, 24 de julio de 2015

Aves de acero

Es el estruendo de las aves de acero sobrevolando nuestras cabezas. Son las prisas de las gentes intentando huir desesperados de la muerte. Son las miradas que le dedico al horizonte esperanzadas por ver tus ojos azules y tu cabello tan rubio viniendo hacia mí por entre los escombros.
      Son los rezos y plegarias que se elevan hacia el cielo y son las preguntas existenciales dedicadas a un dios que parece no existir. Es el olvido de su Excelencia por personas que corren para salvarse de las balas que surcan el aire sin apenas ser vistas.
      Es la presencia constante de la oscuridad. Son las miradas desesperadas de todas aquellas personas a las que conocí y de las que ya no volveré a conocer. Y es, también, la guadaña que nos persigue insistente por detrás de las espaldas y es mi tentación de volver a buscarte y llevarte conmigo. Es no querer perderte. Es mi mente rememorando una y otra vez los momentos más felices que pasamos juntos.
      Es el sollozo de las madres y son sus lágrimas de cristal cayendo sobre los cuerpos inmóviles de sus hijos. Y es el incesante estruendo de las aves de acero sobre nuestras cabezas y es el añoro por tus ojos azules.
      Son mis ojos esmeralda, como tú solías llamarlos, escudriñando entre los escombros, buscándote sin encontrarte. Es el recuerdo de tu mano cogiendo la mía y son, también, tus cálidos labios sobre mi boca.
      Son tus te quiero susurrados en mi oído mientras me abrazas bajo la luz de las estrellas. Son las historias que me cuentas cuando la noche cae sobre nuestros hombros como un manto de seda.
      Son tus palabras alzando mi esperanza. Son tus palabras llenas de esperanza y la brisa de un amanecer que me prometiste traería la felicidad ampliamente anhelada.
      Es el estruendo inagotable de las aves de acero sobre nuestras cabezas y el reflejo de un futuro donde no puedo ver más que negrura. Son tus brazos extendidos hacia arriba pidiendo sin palabras que no se acerquen a mí.
      Son los pasos apresurados de las gentes que pretenden huir de un desastroso final y son los pasos de cuero y goma revolviendo la tierra por la que corremos, y es el arma que lleva cada uno en sus manos, y son ellas apuntándonos tan amenazantes y es el estruendo de las aves de acero sobre nuestras cabezas.
      Es todo al mismo tiempo.
      Y son, incluso, tus palabras resonantes en mi mente con más poderío que el estruendo que se nos cala ya en las entrañas. Son las promesas de regreso que escaparon de entre tus labios. Es tu cuerpo desesperado huyendo de las balas. Es tu cuerpo desesperado cayéndose al suelo. Son mis lágrimas brillantes resbalando por mis mejillas y luego por tu rostro apagado. Es el brazo de alguien sacándome de allí. Es alguien alejándome de ti bajo el estruendo de las aves de acero.

      Soy yo tratando de acostumbrarme al no volverte a ver jamás.

martes, 7 de julio de 2015

Mar cósmico

Se pasó toda la tarde pensando en la historia que Hyoga le había contado esa mañana en el recreo, escondidos tras los árboles del jardín para que nadie les encontrase, como siempre hacían. No en vano, Hyoga, el muchacho de 14 años recién cumplidos, apenas unos meses mayor que él, de cabellos rubios y ojos azules como el mar, llevaba mucho tiempo siendo su mejor amigo, al menos por su parte.
                Todos los días le contaba historias extraordinarias sobre seres fantásticos, sobre el universo, sobre animales, sobre colores, sobre el mar… y aquel día no había sido distinto.
                Suspiró varias veces mirando por la ventana de su habitación. Lo único que deseaba era que amaneciera pronto, aunque aún no era siquiera la hora de cenar, para poder volver al colegio y continuar escuchando las historias que Hyoga tenía para contarle. Muchas veces se había preguntado de dónde las sacaba, pero nunca había llegado a pronunciarle la pregunta. Simplemente se dejaba llevar por sus palabras dulces y quedaba atrapado en el mundo de la imaginación, luchando para que el recreo no se terminase nunca.
                Cuando sus padres y hermano le llamaron para cenar, sus ojos brillaron al recordar que ya quedaba menos para volver a embriagarse con las palabras perfumadas de Hyoga.

Se levantó ansioso de la cama nada más sonó el despertador, como solía hacer todas las mañanas. Sin saber por qué, también intentó vestirse lo más guapo que pudo, cayendo después de salir de casa en lo que acababa de hacer.
                Llegó hasta el colegio, se despidió de su hermano, que ya iba al instituto, y entró en su aula con una gran sonrisa que se desvaneció al no ver el rostro risueño de Hyoga en su sitio. Sin embargo, unos segundos después sintió las manos frías del joven aferrándosele a los ojos y preguntándole quién era. Shun se dio la vuelta riendo y le abrazó con fuerza siendo correspondido casi de inmediato.
                Las primeras horas de clase pasaron pesadas. Shun no podía dejar de rememorar una y otra vez cada una de las historias que le había contado Hyoga. No dejaba de revivir el centelleo de los ojos azules de su amigo cuando le contaba algo emocionante o romántico. No podía dejar de verle en su imaginación, sentado frente a él sobre la hierba, mirándole intensamente mientras sus labios, rojos como rosas, se movían armoniosamente al son de sus palabras.
                La campana le sobresaltó mientras pensaba en él, y pronto la figura alta de Hyoga apareció frente a él y le cogió de la mano con una sonrisa, tirando suavemente de él y susurrándole al oído:
                —Hoy quiero contarte una historia muy especial —le dijo, y provocó que el corazón de Shun comenzase a latir con mucha fuerza.
                Quiso preguntarle de qué historia se trataba, pero Hyoga bajaba rápidamente las escaleras hacia el patio y se internaba entre los árboles del jardín, esquivando las ramas y tratando de pisar el menor número de flores posibles. Se sentó frente a un árbol e instó a Shun a que se apoyase en el tronco. Así lo hizo, y quedaron cara a cara. Shun le preguntaba con la mirada sobre la historia, pero la única respuesta que obtenía era la risa nerviosa de su amigo y sus mejillas encendidas.
                —Hace muchísimo tiempo —comenzó Hyoga por fin—, mucho más tiempo del que te puedas imaginar, surgieron de la nada millones y millones de partículas que se esparcían por lo que ahora conocemos como el universo.
                >>Fue tras una explosión inmensa, después de que toda la materia se hubiera concentrado en un único punto del espacio y, hartándose de las altas temperaturas que eso conllevaba, se expandió a gran velocidad abriéndose paso por entre la oscuridad.
                >>Poco a poco se fue transformando en un mar cósmico inmenso, y las partículas que antes habían estado tan separadas comenzaron a juntarse, añorando el calor de estar con sus semejantes, charlando entre ellas, reuniéndose de nuevo para crear los elementos que conforman todo el universo. Pero eso no les bastaba.
                >>El mar cósmico se hizo más grande. Cada vez había más aglomeraciones de partículas que temían quedarse solas vagando en la oscuridad. Empezaron a formarse cúmulos de partículas tan grandes que contenían otros cúmulos más pequeños, pero que a nuestros ojos son gigantes. Bueno, esos super cúmulos son las galaxias. Al mismo tiempo, todas las partículas de las galaxias formaban familias de galaxias, aunque hoy en día se están volviendo a alejar entre sí, como si las galaxias fuesen razas de animales distintas que buscan su propio camino.
                Shun escuchaba el relato de Hyoga con los ojos verdes perdidos en la inmensidad azul de los de Hyoga, tratando de imaginar todo lo que estaba contando su amigo y sin percatarse de ello, Hyoga estrechó entre las suyas las manos de Shun, acariciándolas mientras contaba su historia.
                —Sin embargo, no todo era tan perfecto como esas partículas hubieran querido. Sí, a partir de ellas se creó todo lo que conocemos hoy en día. Te crearon a ti, me crearon a mí, crearon ese árbol, estas flores, tus ojos verdes… —su voz había ido perdiendo intensidad mientras que sus mejillas ganaban rojez—. En cada una de esas cosas están ellas, juntas, como tantas veces quisieron. Felices. Sonrientes. Pero algunas de ellas escaparon de los objetos que creaban para irse a convivir con las partículas de otros objetos distintos.
                >>Viven aferradas a una familia que no es la suya, y sus familias las echan de menos, pero ellas no quieren regresar.
                Hyoga miró a Shun a los ojos. Parecía que tenía ganas de llorar, pero se contuvo. Shun sentía que el corazón se le saldría del pecho. Las manos ahora cálidas de Hyoga temblaban entre las suyas y sus labios entreabiertos deseaban continuar con su historia.
                —Ellas se sienten atraídas por las otras partículas. No quieren separarse jamás, y sus familias piensan que todo es un error, pero yo estoy seguro que es capricho del destino —cerró los ojos unos instantes y los volvió a abrir lentamente—. Shun, las partículas de tu corazón se instalaron en el mío desde la primera vez que te vi, y no quiero que se vayan nunca —terminó en un susurro.
                Los ojos de Shun miraron en todas las direcciones hasta acabar perdidos, de nuevo, en los ojos azules de Hyoga. Sentía la madera contra la espalda y la mirada de su amigo contra su rostro.

                Hyoga se acercó a él y le dio un beso en la mejilla, haciendo que esta se incendiase. Se miraron a los ojos a apenas unos centímetros de distancia y entonces Hyoga le besó en los labios tan suavemente como el tacto del algodón, y Shun no tardó en comprender que aparte de las historias que le contaba, también era Hyoga al que había estado amando durante todo aquel tiempo.