El
aciago amanecer llegó a los campos de Pelennor con la oscuridad de Mordor
rozando la ciudad blanca y llenando los corazones esperanzados de nuevo con
desdicha.
La batalla por la liberación del
asedio había sido costosa y los heridos habían requerido de los poderes
curativos de Aragorn para sanarse, proclamándose así como el rey que retorna a
su trono, tan ampliamente deseado por los ciudadanos.
Y aquella noche, antes del amanecer,
habían dormido juntos en una tienda de campaña rodeada por el resto de los
valientes que habían acudido de todo Gondor para luchar por la causa justa que
era la paz para los pueblos de los humanos. Aunque sabían que aquello no era
más que el principio de algo de lo que no veían un final despejado. Gandalf
había convocado a sus allegados para discutir qué paso tomar después de esa
pequeña victoria, teniendo en cuenta no las esperanzas de los hombres, sino la
esperanza de dos hobbits encaminados hacia Mordor.
Pero en ese momento no pensaban en
ello. Sumidos en un abrazo soñador, Elrohir y Elladan descansaban las heridas
de la batalla con los ojos cerrados, notando ya los resquicios de la larga
noche que habían pasado juntos. Sin embargo, llevaban despiertos antes de que
llegara el amanecer, pero no habían intercambiado ni miradas ni palabras, solo
roces y caricias en el cabello oscuro, implorando por no tener que abandonar la
tienda nunca más. Pero también eso sabían que era un sueño hecho jirones.
—Deberíamos
levantarnos ya —dijo Elladan por fin—. Es cruel la mañana pero siento que la
esperanza no está perdida.
—Las batallas
nunca mueren, y ojalá no murieran quienes las libran —le respondió él—. Quiero
y no quiero levantarme, Elladan. Estar a tu lado me da motivos por los que
luchar, más de los que me da destruir el Anillo y a Sauron. Saber que si lucho
lucharás tú a mi lado.
—Nunca diré lo
contrario —sonrió y le acarició una mejilla con suavidad.
Y no era la
primera vez de ese día en que se dedicaban dichas palabras. Al caer la noche,
agotados por la inminente batalla, habían caído de nuevo sobre las sábanas, el
uno sobre el otro, mirándose a los ojos y bendiciendo que ambos continuasen con
vida para seguir viéndose por un poco de más tiempo. Desde que hubieron
marchado a la causa de Aragorn, no habían conocido apenas la intimidad de la
que ya tan acostumbrados estaban. Como decía el heredero de Isildur, el amor de
dos hermanos era incomparable. Y así era, en verdad, el amor que unía a ambos
peredhil, pero había dicho una vez Elrohir es
incluso más que eso.
—La decisión de
Estel nos llevará de nuevo a combatir —dijo Elladan.
—Hacía mucho
tiempo que no te oía nombrar ese nombre —sonrió abstraído.
—¿Qué te ocurre?
—Mi mente me ha
llevado por senderos que pocas veces quiero recorrer —le miró a los ojos con
pena—. Partir a Mithlond cuando esta macabra obra termine.
—No hace mucho
pensé yo lo mismo —desvió la mirada también apenado—. Pero es temprano para
pensar en ello. Ahora mismo solo me importas tú y el interior de esta tienda, y
la posible aparición de las estrellas por las noches, y los rayos de sol que
brindan esperanzas y amor.
—Creo que
podremos ser libres de obrar junto a los Valar —susurró—. Ellos comprenderán
nuestro corazón.
—Padre lo sabe
—dijo Elrohir con seriedad—. Lo insinuó antes de la partida desde Imladris,
pero yo no fui capaz a responderle.
—¿Cómo te miró?
—No lo sé, yo le
daba la espalda. Solo me dijo esas palabras: sé que amas a tu hermano, pero en su tono de voz decía más allá del amor familiar.
Elladan acarició
la piel desnuda de Elladan bajo la sábana hasta llegar a su cintura, y recordó
cómo esa misma cintura había estado entre sus manos hacía apenas unas horas
antes del amanecer. Los recuerdos de la pasión desatada en la tienda, de los
gemidos salpicados de esperanza y de las manos piadosas que entrelazaban los
dedos en el suelo y se sujetaban recíprocamente para complacer al otro.
Elrohir recordó
el sabor de la piel de su hermano y sus ojos mirándole con éxtasis y sin
pudores que soportar. El intercambio de miradas había sido tan cálido que casi
había parecido que se encontraban en Rivendel y no en la fría noche de Gondor
aguardando la caída de la oscuridad de nuevo sobre ellos. Pero lo único que
llegó a caer fue el deseo y el ansia de poseerse mutuamente, como hacía tanto
tiempo que no se poseían. Y los besos apresurados eran como miel en sus labios
al compás de las manos pícaras que no dejaban de hacer su recorrido y al
compás, también, de las subidas y bajadas de las caderas de Elrohir, quien no
dejaba de recordar mientras se perdía en los ojos de Elladan.
—Padre lo
entenderá —insistió Elladan otra vez, siempre con la mirada en la de su hermano
y la mano acariciándole la piel—. Nada nos ha separado nunca y nada nos
separará de aquí en adelante, así un mal destino nos ataña, cuando cierre mis
ojos para siempre, aún en ese momento, solo tendré oscuridad para vislumbrarte
a ti.
Elrohir quiso
dedicarle una respuesta digna de sus palabras, pero los labios de Elladan
oprimieron los suyos con suavidad. La intensidad se fue apoderando del beso y
pensaron que yacerían juntos otra vez, pero los pasos apresurados de alguien
afuera les obligó a deshacer el contacto y el deseo se marchitó en cuestión de
segundos.
Aragorn asomó la
cabeza por la lona de la tienda, y al percibir la cercanía de los dos cuerpos,
distrajo sus ojos con el bullicio de las gentes que se acababan de despertar y
les dijo con voz ronca:
—Marchamos en
unas horas. Lo siento —añadió al final, y volvió a dejarles a solas.
Elladan y Elrohir
recogieron sus ropas y olvidaron por largos minutos que sus almas estaban
entrelazadas de una manera especial que iba más allá del cariño entre hermanos.
Pero antes, antes justo de salir de aquel lugar en el que se habían vuelto a
amar, un beso, tal vez de despedida, les hizo demorarse al encuentro. Pero no
les importó.
Recordaron como
esa noche habían compartido más que palabras y sus mentes evocaron el distante sueño
de verse subidos en un barco que zarpara de los Puertos Grises, y verse
envueltos por un manto de felicidad, sin más batallas de las que preocuparse,
solo ellos. Elladan y Elhorir.
—No mueras,
hermano —le dijo Elladan.
—No mueras,
Elladan.