martes, 30 de diciembre de 2014

El juramento en la eternidad

Postró la espada ante su rey y pronunció las palabras que le harían ser suyo para toda la eternidad, y sus palabras fueron profundas verdades que nunca llegaría a olvidar.

    Luchó bajo los estandartes del reino contra las tropas del enemigo y nunca ningún pensamiento en contra de las órdenes superiores asomó siquiera un mínimo hacia su mente. La espada estaba bañada con el orgullo de aquel al que había jurado proteger. Y su protección fue poderosa.

    Un día las flamas del enemigo sonaron con fuerza en los corazones del ejército del rey, y muchos no supieron cómo afrontar la inminente batalla. Y el fuego fue testigo del asesinato del coronado, cuya sangre se derramó por su espada y cayó goteante al suelo, tiñéndolo de un rojo que clamaba la derrota.

    El guerrero que hacía tanto tiempo le había entregado su vida, vivió con el cuerpo y el alma en el mundo de los muertos. Y fue reacio su acero a dejarse vencer. Y fue desterrado su corazón de su pecho, y no pudo aguantar más.

    Montó sobre su caballo dorado, y este le condujo por grandes llanuras y espesos bosques, siempre evitando los caminos, en busca de su rey fallecido. Y su nombre fue extendido de pueblo en pueblo a medida que se acercaba su presencia. Y el guerrero fue conocido como el Caballero Errante.

    Muchos le invitaron a pasar la noche en sus casas, pero él se negaba y decidido les decía jamás descansaré en una casa ajena sin pedirle permiso a mi rey, pues él es el que manda sobre mi vida y como yo juré protegerlo de todo mal, él juró al mismo tiempo no abandonarme. Y así fue como todos le dejaron en paz.

    Un día de nubes, se perdió en uno de los bosques que transitaba, y al bajar del caballo la bestia desapareció como por arte de magia. No tuvo miedo, sin embargo, pues sabía que los extraños sucesos le acercarían sin dudar a su destino. Y fue tranquilo por entre los árboles con la espada desenvainada, buscando lo que llevaba tanto tiempo persiguiendo.

    Y cuando se quiso dar cuenta, un pestañeo rápido le traicionó, y se encontró de repente en un raro lugar con el cielo oscurecido y la tierra revuelta. A su lado descubrió, con temor, a su caballo dorado tendido en el suelo con los ojos perdidos en el horizonte. Y siguió la mirada del animal hasta toparse con un gran ejército que se postraba ante él con aires de superioridad e indiferencia. Y fue entonces que el Caballero Errante avanzó, decidido, hacia las tropas, sujetando su espada con ambas manos.

    Recibió estocadas de todo el ejército, y se dio cuenta de que a medida que le rodeaban, estos perdían corporeidad y carne en el cuerpo, hasta que no quedaron más que los huesos andantes de los que anteriormente habían sido hombres. Y el guerrero cayó sobre sus rodillas y levantó la mirada hacia el cielo.

    Lo que vieron sus ojos no fueron ni estrellas ni lunas, sino los ojos oscuros de un ser fantasmal al que reconoció enseguida. Mi rey susurró, y su voz apenas consiguió salir de sus labios. El guerrero trató de levantarse, pero no pudo. Y fue entonces que con todas sus fuerzas estiró el brazo para coger a su rey de la mano, y éste rió.

    El hombre que hubiera gobernado tiempo atrás, desenfundó su espada y pronunció el juramento de lealtad que hubo pronunciado el guerrero para entregarle su vida. Y las palabras del fantasma fueron dulces, y dejó caer la espada sobre la tierra revuelta, y se arrodilló junto a su protector y protegido, aquel que le había prometido jamás desobedecer sus órdenes.

   El Caballero Errante lo miró intensamente a los ojos vacíos, y estos parecían haber recobrado el brillo de la vida. Y fue entonces que se abrazaron desesperadamente, y fue entonces que el guerrero le susurró al oído unas últimas palabras. Llevadme con vos al lugar donde descansan las almas. No me pidáis que me separe de vos otra vez. Por favor, no lo permitáis. Y fue así que su rey recogió la espada del suelo y pronunciando unas palabras de disculpa hundió el acero en el único punto que no había dañado su ejército de fantasmas, pero el cual había estado sufriendo el mayor de los golpes.

   Al cerrar los ojos poco a poco, disfrutando del cálido abrazo y de la sangre brotando de su corazón, todo a su alrededor se desvaneció. Los fantasmas desaparecieron, y el rey dejó de estar postrado ante él. Pero la sensación de su compañía aguardó con él por el resto de su muerte. Y fue entonces que el guerrero pudo descansar en paz junto a su rey. Y fue así como el juramento perseveró por toda la eternidad.
 

sábado, 27 de diciembre de 2014

Los de mi vida

Nada es más importante que verlos sonreír. Nada es más placentero que hacerles reír, que verles jugar y que verles a mi lado. Nada, simplemente, se compara con ellos.

    Un regalo caído del cielo que por mucho tiempo estuve soñando. Una vida que no me hubiera gustado vivir si no es con ellos. Todo un futuro por delante que no dejaré que se venga a mi vera si no es en su compañía. Si no es todo como es ahora, no quiero tenerlo. Por muy feliz que me haga el mañana, si no es con ellos prefiero vivir en el ayer.

    Un cielo azul por las mañanas y un cielo estrellado por las noches, si es con mis ojos solitarios, preferiría estar a ciegas y no pensar en que querría tenerlos a mi lado para no contemplar las maravillas a solas. Porque nada es más bonito que la buena compañía.

    Nada es más importante que verlos sonreír. Porque si uno de ellos no sonríe, la mitad de mi universo se desvanece, y todo lo que estuviera en mis manos, aún sin saber exactamente qué hacer, saldría de mi corazón para evitar que cualquiera de ellos cayera en la tristeza. Y todo porque sé que ellos hicieron lo mismo por mí.

    Nada es más importante que verlos sonreír. Nada, porque si ellos no estuvieran allí, yo no tendría corazón.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Un rumbo perdido

Salían de sus ojos los insaciables deseos apasionados de caminar por un sendero que la llevase lejos de la realidad.

    Suspiraba en cada recuerdo de cuando todo lo que le rodeaba le hacía feliz, mucho antes de conocer a esa persona que la llevó al más profundo de los desastres, y que le había hecho sonreír de tantas formas distintas, para al final tirarla por un desfiladero de tristeza.

   Desde entonces no era muy fan de las comidas, y poco a poco olvidó que su cuerpo le pertenecía. Vagaba de un lugar a otro sin saber dónde posaba los pies, y no era capaz de distinguir el cielo de la tierra allá en el horizonte, y esto era lo que a veces le producía la sensación de que se encontraba volando por el inmenso azul, pero con el corazón acongojado y resquebrajado por el pasado, y ni las nubes que le abrazaban tenían el poder suficiente para juntar de nuevo los pedazos de su vida.




No volveré a mirar la luna

No. No mires la Luna. No la mires o volverás a caer cautivo de su brillo. Volverás a revivir todo aquello que quieres olvidar. Te volverás a resentir de todos los pecados que cometiste cuando no eras más  que otro tonto.

No levantes la cabeza hacia el cielo. Lo que de verdad amas y anhelas está enterrado bajo una lápida y bajo tierra. Fuera de tu alcance, fuera de tus manos, lejos de tus besos y de tus abrazos. No es más ya que un cuerpo frío y sin vida, que por mucho que llames no acudirá a tu lado.

No llores pensando que así volverás a tenerlo. Sabes que es imposible, que ya te abandonó hace mucho tiempo y tú no pudiste hacer nada para evitarlo. No imagines que saque una mano de la tumba y quiera llevarte con él al otro mundo. Aunque es lo que más deseas ahora mismo, ¿verdad?

No te rías de tus desgracias mientras lloras lágrimas amargas. Sabes que en realidad deseas suicidarte, acabar con todo de una vez por todas. Que tus risas y sonrisas hacia el mundo no son más que un vano camuflaje. Que tus estoy bien no son sino palabras sin sentido que salen de tu boca para calmar a los que te rodean.

No. No pienses que se preocupan por ti. Nadie lo hizo y nadie lo hará, y menos en un momento como este. ¿Acaso fue alguien a consolarte cuando Shun murió? ¿Acaso no fueron todos en busca de su hermano cuando se enteraron de que él también quería partir hacia el más allá? Pero, ¿de ti? ¿Quién te consoló a ti más que tus propias manos chocando violentas contra las ya resquebrajadas paredes de tu cuarto?

No intentes disculpar tus últimos actos diciendo que hiciste las cosas sin pensar. ¿Acaso dañar a la persona a la que más querías tiene perdón de Dios, por mucho que intentes justificarte? ¿Acaso crees que eso importa ahora? No pudiste despedirte y menos pedirle perdón por tratarlo como a un desgraciado. ¿Y ahora vas a ponerte a llorar sabiendo que toda la culpa la tienes tú?

Pero no. Aún así lo sigues amando como el primer día. Sigues soñando que duerme a tu lado todas las noches de Luna y estrellas. Sigues soñando con su clemencia. Sigues viviendo en una cárcel de cristal, atrapado en tus recuerdos, sin ser capaz de mirar hacia adelante y poder continuar con tu vida. Pero no te importa. Ya nada te importa.

No, nada. Sólo las gotas de lluvia mojando las lápidas de piedra del cementerio.

No, no es la lluvia. Son tus insignificantes lágrimas que no cesan de caer de tus ojos azules. Aquéllos que antes brillaban como el cielo en primavera y ahora parecen tan oscuros, tan apagados. ¿Es que acaso no puedes volver a encender esa luz interior? ¿Tan débil eres, Hyoga? ¿Tanto lo amabas como para querer ir a reunirte con él?

Sí. Y es que no sabría que haría sin ti, sin tu cálida mirada, sin tu cabello acariciado por la brisa, sin tus manos entre las mías, sin tus abrazos y tus besos otorgándome de nuevo la vida. ¿Qué voy a hacer sin ti? ¿Es que acaso podré empezar una nueva vida, alejarte de mi negro corazón para siempre y ser feliz?

No. No quiero olvidarte. No quiero perder tu recuerdo. Lo único que deseo es volver a verte, a tenerte entre mis brazos. Aunque sea en el más allá. Aunque tenga que morirme para estar contigo. Lo haría encantado, pero, ¿tendré el valor suficiente para irme de la tierra? ¿Me saldrán alas tan grandes como para alcanzarte allá en el cielo?

No quiero morir, pero tampoco quiero la vida. No quiero marcharme ni quiero quedarme. ¿Es que acaso no hay solución?

Sí. Ya he tomado mi decisión.

No. No puedo aguantar ni un segundo más de mi miserable vida. Tengo que ir a buscarte allá donde estés. Volver a verte y pedirte perdón, que es lo que más desean mis tristes ojos. Contemplarte para toda la eternidad y no apartar la mirada de tu sonrisa. Decirte que te quiero y siempre te querré, como el primer y último día, hasta el final de los tiempos.

No, no me arrepentiré de nada. Si tampoco le importo a nadie más, sólo tú me preguntabas si estaba bien o por qué lloraba. Nadie me echará de menos, sin embargo, tú seguirás presente entre todos los corazones. Con eso me basta. Si es que fuiste tan bueno...

No. No volveré a mirar a la Luna. No volveré a sucumbir a su belleza y a hundirme de nuevo en mis amargos recuerdos. Redimiré mis pecados en el cielo o en el infierno y viajaré a tu lado una vez más.

No, no la volveré a mirar...

jueves, 25 de diciembre de 2014

Cada paso me aleja de ti

Recuerdo aquella vez que caminamos juntos por todo el mundo. Que recorrimos senderos ocultos y vimos cosas que la mayoría jamás soñaron ver.

Descubrimos lugares maravillosos y a la vez consumidos por el rencor y la oscuridad de la época. Pero yo era feliz. Yo era feliz porque estaba a tu lado. Y tú eras lo único que me importaba. Pero todo el mundo sabe que lo bueno se hace de rogar y, encima, se termina pronto. ¿Por qué iba a ser yo una excepción?

No puedo más que morir una y otra vez por dentro al pensar que cada paso que doy ahora me aleja más y más de tu cuerpo inerte. Aunque sabes, o al menos me gustaría que supieras, que tu recuerdo me acompañará allá a donde vaya, siempre, aún después de tanto tiempo de haberte perdido. Aún después de todo el silencio que he padecido por no quererte contar la verdad. Y es que la verdad a veces no es el mejor camino, pero tampoco la solución.

Y la solución que quise para mí fue la soledad, la desesperación, la tristeza. El aguantar las ganas de llorar cada vez que te veía con ella, cada vez que me hablabas de ella y de lo feliz que érais juntos. Y ahora que tú no estás en este mundo, la has dejado sola, como a mí, como a todos.

Y me alejan de lo último que quedaba de ti aquí. O quizá me alejo yo para intentar dejar de sufrir por un fantasma de siglos de antigüedad. Pero no te puedo olvidar. Así pasen los milenios que mi corazón seguirá suspirando cada noche en que las estrellas me devuelvan tu recuerdo.

El esfuerzo que me supuso abandonar mi hogar para meterme de lleno en la Guerra del Anillo, no es ni la mitad de lo que tuve que afrontar para despedirme de ti hace ya días. Puede que hasta me atasen con cuerdas para llevarme fuera de allí, no me acuerdo de cómo lo consiguieron. Tampoco recuerdo cuánto tiempo estuve llorando sobre tu lecho de muerte, susurrando palabras sin sentido sobre tu lápida, rogando a los dioses quedarme contigo eternamente. Suplicando que alguien me llevase a tu vera, pues yo no tuve valor para hacerlo, y no creo que lo consiga nunca.

La eternidad sin ti se convertirá en el castigo más macabro que apenas podré soportar.

Es cierto, lo sé, muchos me lo han dicho: no te desanimes, el mundo es muy grande, encontrarás a otro. No llores, Legolas, no sufras, yo te quiero. Quédate conmigo y olvídalo a él; no te pertenece, nunca lo hizo, pero yo puedo hacerte feliz. Y nunca dudé de sus palabras ni de sus propósitos, pero nadie podría ocupar un espacio cargado de tristezas y suspiros. Por mucho que lo intenté, jamás fui capaz de olvidarte. Cada acto que ejercía, cada baile entre las sábanas, no hacían más que agrandar mi sentimiento de culpa al pensar que te estaba traicionando. ¡Tonto de mí! ¿Cómo traicionar a alguien que nunca ha sido tuyo? ¿Por qué sentirse culpable por intentar olvidar el pasado? Pero yo soy así, y por mucho que me esforcé, no fui quien a hacerme cambiar.

Las noches me las paso en vela cantando viejas canciones de tu tiempo. Canciones que te oí cantar alguna vez y que se me quedaron grabadas con tinta. Canciones de antiguos reyes, de amores de cientos de años, de desdicha, de alegría, de lluvia y de sol. ¡Qué más da cuáles sean! Lo importante es que las cantabas tú.

Recuerdo aquella última vez que pasamos juntos. Yo no sabía que ibas a morir tan pronto. Nunca había imaginado que serías capaz de irte de mi lado, dejando en soledad a mi alma y a todo aquello por lo que tanto habías luchado. Pero así fue, y tenía que suceder, y tenías que agrandar mi vacío. Pero no te puedo echar la culpa. De todas formas, eres un hombre, y aunque no quería aceptarlo, no ibas a estar ahí hasta el fin de los días. No ibas a venir a Valinor conmigo, con ella. Sabías que tarde o temprano nos abandonarías, pero aún así no dejabas de sonreir como si nada más en el mundo te importase más que la Dama Arwen y tus amigos.

Sí, siempre fui tu amigo y, aunque no me disgustaba, seguramente tú sabías que quería ser algo más. Mis ojos me delataban. Mis amaneceres con la nariz y las mejillas sonrojadas de tanto llorar por ti. Lo sabías, estoy seguro, pero no quisiste darte cuenta de hasta dónde llegaba mi obsesión. Me preguntabas qué tal estaba y me dabas una palmadita en la espalda, tratando de animarme por algo que no tenías muy claro qué era, pero que intuías.

Aragorn, hijo de Arathorn y heredero de Isildur. Rey de Gondor y Salvador de la Tierra Media, reza la fría lápida que te cubre. Y nunca podré borrar esa inscripción de mi cabeza. Me ha acompañado todas las veces que he ido a hacerte una visita para hablar contigo, para contarte cosas. Para revelarte los secretos que en vida no tuve el valor de decirte.

Por qué te moriste, ¿por qué? ¿Por qué no puedes vivir eternamente aquí, conmigo? ¿Es que acaso querías irte tan pronto? ¿Es que querías dejarla sola con su tormento? ¿Pero no te diste cuenta de cómo te miraba? ¿Cómo pudiste ser tan tonto? Oh, Aragorn, tantos momentos que compartimos juntos, y no viste en mis ojos que me moría por tenerte a mi lado. Tantas aventuras y tantos caminos recorridos y no me conociste lo suficiente como para darte cuenta de ello.

Y tengo miedo, mucho miedo de lo que pase ahora. ¿Qué haré sin ti? ¿Seré capaz de vivir ahora que no estás? Aunque todos estos años no te he tenido, al menos estabas ahí para verte sonreir. Pero ahora... ahora no podré volver a mirarte a los ojos. No podré volver a sentir tu respiración en el aire, tus palabras en el viento y tus manos en mi espalda.

Sí, es verdad. Me quedará tu recuerdo, pero, oh, Aragorn, también tengo miedo a olvidarte. ¿Qué será de mí cuando eso pase? ¿Crees que mi mente querrá borrarte para siempre? Yo no quiero que eso suceda. No quiero pasar ni una sola noche sin pensarte, aunque me haga daño, aunque a cada segundo se me clave un puñal en el pecho y se acumulen hasta que no quede un trozo de mí sin dañar.

Pero es demasiado tarde ya para pedirte que vuelvas, cogerte de las manos y no soltarte jamás.

Y cada paso que doy me aleja cada vez más de ti.

Veo con tristeza, bajo la capucha, la silueta de la Dama Arwen que avanza con la mirada perdida entre las hojas del otoño. No volvió a hablar apenas con nadie desde que te fuiste de su lado, y no la culpo. Hemos hecho los mismos gestos desde entonces. Hemos suspirado las mismas miles de veces y hemos soñado con tu presencia todas las noches.

Supongo que lo único que nos queda es consumirnos por el recuerdo de tu vida. Y es que entraste en nuestros corazones perforándolo con fuerza, sellando heridas y volviéndolas a abrir al marcharte. Pero es el destino que nos toca vivir ahora, y con un poco de esperanza trataré de hacer frente a lo que me aguarda al otro lado de las aguas. Quizás algún día, cuando piense en ti, se asomará a mis labios una sonrisa en vez de lágrimas a mis ojos.

Quizá algún día... por ahora, me toca vivir muriendo.

Había una vez

Había una vez, en un pequeñísimo rincón del universo, un lugar donde se contaban historias de todo tipo. Ya fuesen historias de historias, como originales fragmentos salidos de la imaginación de una autora cuya realidad iba más allá de lo normal, hacia un mundo llamado Fantasía.