domingo, 18 de diciembre de 2016

Memoria en las estrellas

Miraba al mar en calma sentada sobre su roca. Las estrellas se reflejaban débilmente en la superficie del agua y la luna apenas era visible como una finísima franja en el cielo.
                La espada entre las manos, las yemas acariciando el filo. La hierba rozando la planta de sus pies y los ojos extrañados y melancólicos, transportados a un tiempo pasado en el que perdió más de lo que ganó.
                ¿Qué había sido aquello? ¿Por qué continuaba latiendo su corazón con tanta fuerza y tristeza? ¿Por qué lloraba todavía? Desde pequeña, había sido consciente de su fuerza, tanto física como psicológica y, sin embargo, después de la guerra todo el muro de poder que la envolvía se había desmoronado.
                Ahora que no quedaba más que las ruinas de lo que antaño había sido su hogar, ahora que casi todos sus seres queridos habían perecido sin que hubiera podido ayudarles a sobrevivir, su vida no tenía sentido. Pero continuaba mirando a las estrellas todas las noches. La tradición se remontaba al nacimiento de su pueblo, valiente y feroz, sencillo y espiritual. Los muertos vivían en los rayos de las estrellas. La luz que en vida proyectaban los ojos de todos ellos, se convertía en la luz que guiaba los caminos de aquellos que continuaban pisando la tierra.
                Ella lo creía firmemente. Por eso, todas las noches, miraba las estrellas. Hablaba con sus amigos y les dedicaba canciones. Hablaba con su familia y les dedicaba poemas. Y al tañer el alba, danzaba con los ojos lacrimosos hasta que le doliera todo el cuerpo. Así debía ser.
                Así había sido durante mucho tiempo, y ahora que solo ella y un puñado más de los suyos quedaban, todos fieros guerreros y guerreras, tendrían que recuperar las tradiciones de los campesinos, de la gente de a pie. Rendirles homenaje todas las noches y recobrar lo que una vez perdieron.
                Esas tierras, sí, eran suyas, y nadie ni nada impedirían que reuniera a los últimos para recuperarlas.
                Decidida, se levantó de la roca y contempló unos minutos más a sus familiares y amigos. Echó, también, una última mirada a sus ancestros y tiró un beso al aire. Después, danzó al ritmo de las canciones que cantaban las estrellas y cogió su espada.

                No podía hacer esperar a su vieja amiga la venganza.

martes, 1 de noviembre de 2016

En decadencia

Y muestran en decadencia un mundo perdido, de manuscritos borrados y enterrados por la tierra. Entre piedras sepultado, entre ruinas carcomidas. Que no ven en sus memorias implantado el eje de una civilización desconocida.
                ¿Quién querría conocerlo? ¿Quién desearía haberlo visto? No son más que palabrerías. No es más que un tiempo sin raíces, que ciudades destruidas y ardientes estrellas olvidadas. Resquicios de una vida que pensaba sería eterna, pero que alcanzó la eternidad tan solo al morir.
                Fueron grandes. Fueron ciertos. Fueron cientos enamorados, sorprendidos por maravillas que ellos mismos crearon. Sintieron que todo estaba a sus pies, que la naturaleza no tenía poder para frenarles. Pero qué equivocados estaban.
                Sumidos por el odio renacido, por ansias de control. Invocando las desdichas que ni ellos conocían, ni sabían que podrían con sus vidas terminar. Apagaron todo el fuego con fuego, y las llamas consumieron todo lo que habían imaginado. Hologramas tras sus ojos y cortinas quebradizas bajo un descendiente adinerado.
                Compuestas las canciones de grandeza que no llegaron a escuchar. La atención era pobre para una persona rica. Tan solo sus oídos se centraban en la gloria. Tan solo sus manos manejaban las joyas de las más antiguas reinas.
                Y dijeron que no al resto. Que no había problema. Que estaba todo controlado bajo un mismo lema: “Somos poderosos, no hay de qué temer”. Y sus sonrisas se apagaron con ojos que les intentaban enternecer.
                Pero sí, solo escuchaban sus canciones, las palabras de los súbitos carecían de valor. Decían una y otra cosa, y les salía por las orejas. Quizás alguna vez a uno le entró preocupación, pero no vieron el resto más ecos de buena reputación.
                Y terminaron así, destrozados por ellos mismos. No abrieron las ventanas a la verdad del universo. Cegados por un mundo creado por los ciegos. Y olvidados están ahora tras las puertas del tiempo y el espacio. Algún arqueólogo de otro lugar descubrirá la avaricia del humano, y verá en sus ojos muertos la exaltación por lo mundano, por aquello que no estaba más allá de sus manos. Que no querían remendar los males sino vivir sobre sus sombras.
                Pero quién sabe si algún día esto será revivido, pues quién querría en esta vida llorar por estragos de un mundo carcomido.

domingo, 9 de octubre de 2016

Dulces pensamientos de un hobbit enamorado

En un agujero en el suelo, vivía un hobbit.
                No son mis propias palabras, lo sé. Sé que no es cortesía desacreditar al señor Bilbo Bolsón, pero no puedo más que cogerlas prestadas para poder expresar todo lo que siento.
                Son muchas experiencias vividas, que Rosita me perdone. Pero después de todo lo que he pasado, junto a él, no puedo más que dejar que mis ojos brillen, tanto de tristeza como de felicidad cada vez que le veo. Y es que por mucho que me esmere en dejar perfecto su jardín, nada es más perfecto que él, mi señor.
                Por esto, he de tomar prestadas las palabras del viejo Bolsón. Pues ahí vivía, en efecto, y vive, por suerte para mis ojos.  Pero no tanto para mis manos.
                Sí que han pasado tantas cosas… desde que partimos de la Comarca, en única compañía, desde que nos encontramos a Merry y a Pippin y desde que llegamos a Rivendel. ¿Quién iba a imaginar que, a partir de ahí, nos esperaban tantas otras aventuras? Nadie, por supuesto. Yo ni en mis más remotos sueños. Pero así fue y, aunque todo haya sido sufrimiento y nostalgia por las buenas cosas, no hemos hecho más que agrandar la felicidad en el mundo, incluso a aquellos que vivían en la ignorancia. No nos lo agradecerán nunca, pero no es nada que me preocupe. Solo sé que obramos bien.
                Concluimos el viaje hace bastante tiempo, pero no el suficiente para alejarme de ti.
                Hemos recorrido tantos caminos de la mano, que fue inevitable que te llorase cada vez que te alejabas del mundo, convirtiéndote en una sombra a medida que nos acercábamos más y más a Mordor. Pero yo no me rendí nunca. ¡Jamás me iba a rendir! No podía abandonarte. Mi corazón no podía abandonarte.
                Ni en la más absurda tristeza consiguió la oscuridad que te soltara de la mano y continuar caminando a tu lado, llevándote en mis brazos o dándote ánimos para seguir, a pesar de que en mi cuerpo no quedaba apenas vida. Me daba igual morir si era para lograr tu propia supervivencia.
                Quiera mi vida morir por ti. ¿Qué más me daba? Se cerrarían mis ojos para siempre, y no te podría ver más. Pero, a pesar de mi único dolor, era necesario que, llegado un momento de tal desesperación, tú fueras el que permaneciese en pie hasta el final de todo.
                Pero ¿qué digo? No fue así. Y no es esa cosa lo que me atañe, más que describir cada una de las sensaciones que me produce observarte.
Ojos soñados y brillantes,
suaves caricias de la brisa
en tu pálida piel.
Remotos sueños inalcanzables
que estirando los brazos
desearía tocar.
Vives a mi lado y te tengo cerca
pero nunca tan lejos te hube de mirar.
                Son vagas palabras cantadas por mis labios. Nunca podré expresar tales emociones con aire que salga de mi boca, pero es lo más parecido que puedo dedicarte, en la penumbra, escondido tras las flores de tu hogar. Conteniendo los latidos de mi corazón cuando te acercas demasiado y, sobre todo, cuando me sonríes recordándome todas las experiencias vividas.
                ¿Por qué me haces esto, oh señor Frodo? ¿No podrías olvidarme y enterrar mis deseos junto con las raíces de tus plantas?
                En un agujero en el suelo… sí, lo leí, y me arrepiento de ello. Quisiera tener la capacidad de expresarme tan bien como lo hizo en su momento el señor Bilbo Bolsón, para poder escribirte cartas anónimas en las que no se escapase ni un solo ápice de mi amor. Porque nada es más complicado de describir que lo que este hobbit siente por su amo.
                Olvidada ya Rosita. Quisiera tener una rosa cada día para regalarte. Pero una en la que siempre se aprecie todo el esfuerzo tras el regalo. Quizás acompañada de unos breves versos en una pequeña postal. Nunca se me dio mal eso de la poesía, ¿verdad?
                Pero en fin, ¿qué más podría decirte? Nuestros caminos son uno solo, pero uno solo que no conduce mucho a donde yo quisiera llegar. Sin embargo, no he de quejarme, señor Frodo. Todos sabemos que los hilos no se rompen, y que es muy complicado crear unos nuevos cuando ya hay viejos establecidos.
                Con te compadezcas de mí, aunque puede que merezca compasión.
                Tan solo quiero disfrutar de tus ojos y de tus sonrisas todo lo que me queda por delante de vida. Ya sea bajo el sol o bajo un fiera tormenta.

sábado, 1 de octubre de 2016

Corazón en el espejo

Me acerqué al espejo con la esperanza de encontrar tu rostro pálido al otro lado, en ese universo extraño que no deja de devolverme imágenes que no logro comprender.
                Y ahí estabas. Con los ojos como escarchas mirándome profundamente, como pretendiendo romper mi alma en mil pedazos o llevarme contigo al lugar donde no pasa el tiempo.
                Es una pesadilla y un dulce sueño. Todas las noches lo mismo.
                Las estrellas de mi habitación continúan bailando sus danzas como todas las noches, ignorando el techo de cristal que no deja de desaparecer. Las musas vienen y van, me susurran al oído y pretenden, en ocasiones, que les siga por el sendero de la ventana. Pero yo no quiero, ya se lo dije a todas. No las voy a seguir, quiero quedarme delante del espejo, contigo. Hasta el final de mis días.
                Tu sonrisa llena mi corazón como nada en el mundo lo hace. Ni siquiera las olas de mi cama son capaces de mecerme como tú lo haces, tan solo con tu mirada fría.
                Y son tus manos describiendo círculos sobre la superficie del espejo las que me hechizan y me llevan hacia lugares inexplorados de mi mente. Es como si acariciasen mi cuerpo, mi cabello, mis mejillas. Todo. Y no paran, ni cuando desaparece tu imagen, pues perduran en mi recuerdo el resto de la eterna noche.
                El sol hace mucho tiempo que dejó de asomarse por el horizonte. Todo a mi alrededor está oscuro, salvo los puntos de luz de las paredes invisibles. Y salvo tu boca. Tus labios. Tus lágrimas, tu piel.
                A veces el cristal se convierte en una cortina de agua por la que me gustaría pasar, pero tengo miedo. Nunca he cruzado el umbral del universo, y no sé si cuando lo haga tú continuarás al otro lado. ¿Estás ahí de verdad o es tan solo la ilusión de mis ojos entristecidos? ¿Me paso el día soñando, incluso cuando creo que estoy despierto?
                Siempre estás. A veces acompañado, a veces con mi sola presencia. Pero estás. Y aparecen destellos escarlata a tu alrededor, como si alguien estuviese pagando las consecuencias de sus actos, gritando de dolor como lo hace mi corazón por no poder traspasar el espejo. Quizá las estrellas tejan sus hilos de luz en torno a nosotros, y sean ellas las que no permitan nuestro entrelazamiento.
                Pero me contento con observarte. O eso me repito. Eres un vano fantasma hecho de reflejos que no existen en mi plano. No eres más que un chico al que anhelo conocer desde hace ya un tiempo que no recuerdo. Porque ¿cuándo empezamos a vernos? ¿Cuándo empecé a soñar contigo, a añorarte sin siquiera saber qué eres?
                No puedo tenerte. Tus cabellos rubios… jamás podré mesarlos entre mis manos. Jamás podrás tú mesar los míos, aunque la sola brisa de la noche sea como tus dedos en mi piel. Y me contento solo con mirarte, a todas horas, durante todos los minutos. Si pudiera, sin pestañear. No quiero perderme ni un solo suspiro tuyo.
                Y estabas congelado en el espejo, con tu corazón como único motor de tu alma. Con los labios entreabiertos y las manos apoyadas contra el cristal. Tu mirada era de terror, y tu piel estaba más pálida de lo habitual.
                —¿Qué te pasa? —Te pregunté, temblando de miedo.
                Parecías estar perdido en el tiempo, como si tu mundo se hubiese detenido para siempre. Solo subía y bajaba tu pecho con cada inaudible respiración. Tus ojos estaban inspirados por el más puro terror. ¿Qué viste? ¿Por qué nunca me lo contaste? ¿Por qué desapareciste de mi vida tan temprano?
                Aún te veo hoy en día, pero sigues congelado. Ya no sonríes, ya no me miras. Tus ojos azules como el hielo están perdidos en algún punto entre las estrellas de mi habitación, y por mucho que he tratado de saber qué es lo que miras, no lo he conseguido. Pues todo es oscuro a mi alrededor, salvo tus ojos, tus cabellos dorados, tus labios, tu piel…
                Y me enamoro de un vano fantasma. Me seducen tus ojos anclados, tus manos sobre la superficie del espejo que nunca conseguí ni conseguiré traspasar. Y todo ha detenido su curso. Y puede que mi corazón se detenga por tanto mirarte. Por añorar tus besos imaginados y la brisa fingiendo tus manos.
                Puede que algún día también mi tiempo se detenga, y podré ir a buscarte, sea como sea, allá donde estés.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Redención

No es más que el recuerdo de tus labios. Una clara armonía de placeres disueltos en tus ojos, tan verdes como las hojas en primavera. Diminutos fragmentos de tiempo convertidos en grandes emociones que quieren escapar de mi corazón.
                Tus manos saboreando cada rincón de mi cuerpo. Tu boca suspirando por tener la mía sellada contigo. Abrazos ardientes como miles de estrellas, iluminando el cielo. Iluminando todo a nuestro alrededor, pareciendo que no existe otra cosa en la vida que no seamos tú y yo.
                Las veces que estuvimos cogidos de la mano, dispuestos a caminar hasta el final del mundo por playas que nadie más había contemplado con estos ojos, salvo, tal vez, enamorados tan locos como nosotros. Aquéllos a los que nada les parece más real que lo irreal del amor. Los románticos y escépticos de la realidad. Desean perderse entre nubes de algodón, en un cielo donde cada haz luminoso pronuncia te quiero.
                Almas entrelazadas de por vida. Ni el mayor de los filos sería capaz de cortar el lazo que nos une, pues no está compuesto por materiales ordinarios, sino que es obra de caricias, besos, abrazos, paseos, cenas, noches, días, fiestas, películas…
                Son sentimientos extraños, alejados del resto de las personas. Cosas que no había sentido antes con nadie, y bien lo sabes. Que la primera vez que te dije lo mucho que te amaba se me escaparon varias lágrimas al liberarme. Que supe al instante que no mentía, que aquella vez era diferente. Te tenía tan cerca que el simple hecho de sentir tu respiración impedía a mi corazón funcionar correctamente.
                ¿Cuántas veces que te habré dicho lo difícil que era para mí amar a alguien? Viví y recé a todos los dioses que pudieran escucharme para que me permitiesen gozar de ese don, pero durante miles de años me negaron tan preciado derecho.
                Entonces vi tus ojos. Esmeraldas. Pozos profundos de tranquilidad y pureza. Puertas de cristal que tenía miedo de abrir, no así como los míos, que rápidamente cayeron en tu hechizo y me descubrieron una nueva forma de pensar y de querer.
                ¿Y cómo puedo pensar en si no hubiera sido posible? Desesperaste mi corazón cada vez te marchaste a casa después de estar conmigo. Mis suspiros siempre iban dirigidos hacia ti. Nada me hacía estremecer más que tus simples caricias, que para mí significaban todo.
                Tantas veces susurraste mi nombre al oído, amparados por las sábanas que cubrían nuestros cuerpos desnudos. Tus besos bajando por mi cuello, llegando a mis labios. Tus manos acariciando mi cabello y tu rostro apretándose contra mi pecho, tratando de detener el tiempo que, por desgracia, no dejaba de pasar.
                Te dije que no desperdiciaras ni una sola lágrima por mí. Te pedí, suplicante, que no se marchitara tu corazón cuando me fuera, que siempre me recordases como un pasatiempo más, un eslabón en tu vida. Una muestra de cariño que nunca quiero que olvides.
                Te pedí que buscases una manera de eludir la cruel realidad. Abrí caminos ante tus ojos, te apoyé en tus proyectos y quise, aunque no te lo dije, distanciarme de ti para que no pesara tanto el dolor con mi partida.
                Todo está escrito, y es por una causa. Muchas palabras se olvidan, pero la esencia siempre está presente, pues los actos perduran en el tiempo. Los sueños se encargan de reavivar las llamas del pasado, de devolver los recuerdos a las mentes. De hacernos reír y llorar al mismo tiempo.
                La melancolía es infinita. Siempre lo fue y siempre lo será. Puede que en estos momentos yo esté sufriendo de ella, allá donde esté, y puede que tú estés llorando mientras lees esto, y que tus ojos esmeraldas brillen como estrellas en el cielo nocturno. Pero no quiero eso para ti.
                Te supliqué que sonrieras, aunque fuera falsamente. Pues la perseverancia hace al maestro, así tiene que pasar con las sonrisas: sonríe y serás feliz. Sonríe y disfruta de la vida, que tienes mucha todavía que vivir, y es corta, bien lo sabes, como para pasarla llorando.
                No te encierres en la tristeza. Abre las ventanas y deja que entre la luz en tu habitación. Sal de casa, observa las flores, huélelas, respira el aire puro de las primaveras y deja que las gotas de lluvia se derramen por tu rostro en otoño. Pero no dejes que el frío del invierno te cale cada año el corazón. Y, si lo hace, que sea el fuego del verano lo que lo derrita.

Dejó de leer.
                Sus ojos apenas podían albergar todas las lágrimas, y su corazón se resentía con cada palabra que leía. No, no podía continuar, aunque tantas otras veces había leído aquella carta, salpicada de lágrimas secas por el paso de los años.
                No, no era capaz de olvidarle. ¿Cómo iba a olvidar aquellos ojos azules que le habían acompañado durante tanto tiempo? ¿Fue tanto tiempo en realidad, o tan solo la intensidad de los momentos hacía de un simple instante una eternidad?
                Mucho había tardado en armarse de valor para leerla por vez primera. Ni siquiera conseguía sacarla de su sobre y quitarle el lacito que la cerraba. ¿Cómo iba a soportar la realidad de las palabras con tanto sufrimiento en su corazón?
                Se había ido para siempre, mermándole, poco a poco, la esperanza de que todo acabaría con un festín de perdices. Pero es más cruel la vida de lo que desde pequeño pensó. Pues todos los paseos, todas las cenas, todas las noches de insomnio y, en general, todos los momentos junto a él se habían esfumado en un amanecer en el que solo el Sol fue capaz de despertar.

                Falsamente describen el amor los poetas. Tan inmenso sentimiento no se puede expresar de ninguna manera, solo sentirlo. Por eso temo que esta carta se quede en meras palabras poéticas. Pero bien sabes que todo lo que dicen es cierto, y que guardan en cada espacio un pedacito de recuerdo que nunca ha de olvidarse.
                Yo no te olvido. Créeme que no te olvido. Da igual dónde esté.
                Te quiero. Te amo, y eso es lo único que importa. Te echo de menos. Créeme que te echo de menos.
                No llores y, si lo haces, que sea de risa. ¡Pues no dirás que no tuvimos momentos tan estúpidos en los que fuimos incapaces de contener las lágrimas! Sabes tan bien como yo que esos son más poderosos que los que tan solo acarrean tristeza.
                Olvida lo último. Mantén la emoción de nuestro primer beso. Olvida la desesperanza del último.

Sus manos temblaron. De sus ojos manaron lágrimas de dolor que no podía soportar. Era incapaz de olvidar lo que le pedía, pues pesaba aún demasiado en su pobre corazón. Sin embargo, hizo un esfuerzo y continuó leyendo, tan solo para recordar sus últimas palabras. Para leer escrito el nombre que tanto le costaba pronunciar en voz alta, pero por el que tantas veces suspiraba.

                Y regodéate, porque pocos son los que pueden presumir de haber pasado tan innumerables momentos de gloria, algunos sin tener siquiera que salir de una pequeña habitación. Tan solo escuchando las palabras que mucho tiempo añoró oír, y recibiendo los besos que sus labios siempre quisieron sentir.
                Por eso te pido ¡no llores! Ríe, y que tus sonrisas perduren para siempre en el tiempo. El dolor se apaga poco a poco, dejando paso a la satisfacción de haber vivido.
                Por eso, Shun, aunque no sepa yo dónde estaré mientras leas esto, te suplico que rehagas tu vida. Empieza de cero. Busca, encuentra. Ríe, canta, baila, haz el amor tantas veces te plazca. Falla, arregla, sonríe a las tormentas, deja que tu corazón se avive con cada hombre que te diga que te quiere.
                Te esperaré. Te esperaré, pero más te vale tenerme esperando mucho tiempo.
                Pasearé mientras entre las nubes. Susurraré tu nombre y hablaré con todas aquellas personas que nos han ido dejando.
                Ahora, sé feliz.
                No intentes hacer todo lo que te dije. Hazlo, sin más.
                Y recuerda, el único que consiguió que este frío corazón se derritiera, fuiste tú.
                Mi más sincera despedida, y entregándote todo mi corazón,

                                Hyoga.

martes, 26 de julio de 2016

Paranoid

Finished with my woman ‘cause she couldn’t help me with my mind
People think that I’m insane ‘cause I am frowning all the time
All day long I think of things but nothing seems to satisfy
Think I’ll lose my mind If I don’t find something to pacify
Can you help me?
Occupy my brain?
I need someone to show me the things in life that I can’t find
I can’t see the things that make true happiness, I must be blind
Make a joke and I would sigh and you will laugh and I will cry
Happiness I cannot feel and love for me is so unreal
And so as you here these words telling you now of my state
I tell you to enjoy life, I wish I could but it’s too late

jueves, 16 de junio de 2016

Nunca te podré olvidar

No fuiste lo que se dice un compañero más. Tampoco fuiste lo que se dice un amor más. Y, por desgracia, no puedo hablar de ti como una persona que me diera más alegrías que tristezas, pero sí puedo decir que, a pesar de todo, te echo de menos. Todos lo hacemos.
                Han pasado varios años desde que te conocí y fui tu compañera, no solo de clases, sino también de emociones. Y fueron días muy bonitos para mí, en verdad, aunque estuviesen por llegar los malos momentos. Yo te veía y sonreía. Y todavía hoy recuerdo esa mañana en la que corrí por el pasillo hasta tus brazos, y me alzaste y dimos varias vueltas a pesar de no estar solos allí. No me importaba, y tampoco a ti.
                Pero se cumple ya un año desde que no estás junto a nosotros. Hoy podrías continuar estudiando, cumpliendo tus objetivos y expectativas, y yo, si hubiera conocido todas las cosas que te atormentaban, podría haber estado a tu lado, apoyándote en vez de huyendo de ti. Pero el destino es cruel y no quiso que fuera así. Y cada vez que te recuerdo se me revuelve el corazón pensando en lo que pudo haber sido pero no llegó a ser.
                Sí, confieso que llegué a aborrecerte por todos los malos ratos que me hiciste pasar, pero todo eso se esfumó hace un año, cuando me di cuenta de lo que de verdad ocurría. Y ahora cada vez que escucho tu nombre solo puedo sentirme cohibida, arrebatada de la realidad. Anclada tan solo en lo bonito del pasado, en ese abrazo y esas vueltas en el aire. En los chistes durante las clases y en nosotros conteniendo la risa. Porque la nostalgia y la tristeza son más poderosas en mí que la cólera. Porque no merecías nada de lo que te estaba sucediendo.
                No te conocía mucho, después de todo, pero me basta con haber sabido de ti, con recordarte, con hablar de ti aunque me duela.
                Nadie merece sufrir como lo hiciste tú. Nadie merece ser arrebatado de los brazos de la vida, tan joven, con tantas cosas por hacer y tantas otras por descubrir. Con tantas sonrisas que arrancar y mostrar al mundo. Y, tristemente, por mucho que nos duela, sabemos que eso no podrá convertirse en realidad.
                Estés donde estés, solo espero que hayas encontrado un buen lugar para descansar y dejar el dolor. Estés donde estés, espero que puedas perdonar mis últimas acciones en base a mi ignorancia.

                Así pasen cientos de años, nunca te podré olvidar.

domingo, 12 de junio de 2016

Mientras llamo a la muerte

Sabía que te habías ido para siempre. Mi corazón muerto me lo susurró una noche en la que tus abrazos no me arropaban.
                Me estaba pudriendo por dentro. Las fiestas, el alcohol, las drogas, los hombres… pero no era capaz de contar con tu ayuda, a pesar de tantas veces que me la habías ofrecido. Porque creía que ocultándote la verdad te quedarías junto a mí, pero muy en el fondo de mi alma veía cómo te ibas alejando lentamente de mis manos.
                Esos labios que acariciaban mi cuerpo sin pedirme nada a cambio. Esos ojos que me miraban con el resplandor de las estrellas. Ese latido dedicado a mí y a nadie más. Tú eres mío y yo era tuyo. Y el mundo entero nos pertenecía.
                Y ahora que la casa está vacía y mis palabras no tienen sentido, mis venas sufren tu pérdida en silencio y mi cabeza se llena de imágenes del pasado, borrosas y confusas, que no me dejan pensar con claridad. Y son ellas las que me hacen perder la paciencia y llorar descontroladamente.
                Mientras todo cambia, mientras el tiempo pasa y tú te marchas, yo permanezco en el lugar donde me dejaste, tirado como una rata moribunda, suplicando a la muerte, entre carcajadas, que acuda pronto a mi encuentro y me arrebate el dolor del cuerpo y del corazón. Pero no la veo venir más que en las pesadillas. Unas pesadillas que se convierten en sueños frustrados, porque me despierto y sigo con vida, deseando encontrarte a mi lado, como tantas otras veces.
                Cuando las luces del alba se ciñen sobre el cielo, evito pensar en tu sonrisa, pero no puedo. Evoco todos los momentos que compartimos juntos: las caricias de tus manos, las noches de júbilo en las que yo era dueño de mí mismo y tú dueño de mi vida. Los paseos bajo la luz de la luna o bajo la lluvia, ¿qué más dará? Si todo era perfecto estando a tu lado.
                Pero fui yo el imbécil. Fui yo el que se dejó arrastrar por las noches, el que calmaba sus ansias con falsas esperanzas de un júbilo muy distinto al que sentía contigo. El que miraba al resto de los hombres con deseo en los ojos y robaba besos por el simple placer de hacerlo. El que regresaba a casa borracho, drogado y con ganas de hacerte entrar en mi fiesta interminable. Y era yo el que te buscaba cuando tú tratabas de esconderte, sin saber por qué lo hacías, si yo solo quería pasar un buen rato contigo.
                Ahora no veo la luz del sol ni siquiera en la televisión. Está apagada durante todos los días. No quiero saber nada sobre el exterior. No quiero, simplemente no quiero… porque no quiero acabar recordándote, mientras me tiro en la cama a hacerme sufrir otra vez para calmar el dolor que me produce tu recuerdo. Y sé que eso pasará, pero igualmente sucede todos los días. La televisión apagada, pero mi mente devastada evocando tus ojos esmeraldas una y otra vez.
                —Hyoga… deja de hacer esto —me dijiste llorando—. Deja de hacerte daño. Deja de hacernos daño. —Y te dejaste caer con el rostro hundido entre las manos mientras yo te suplicaba que me dieras un beso.
                —No estoy mal, Shun, no lo estoy. Solo te pido que me beses una vez más. Te echo tanto de menos…
                —Nunca me he ido, Hyoga —dijiste, en apenas un susurro—. Pero si sigues así, no me dejarás otra opción…
                Aquella noche te prometí que cambiaría. Que nuestra relación volvería a ser la que era al principio, y lo estuve consiguiendo. Salíamos todas las tardes a pasear, daba igual el tiempo que hiciera. Íbamos cogidos de la mano y contemplando cada detalle de las calles, como si fuera la primera vez que las veíamos. Y para mí, así realmente era después de tanta oscuridad en un mundo al que, realmente, no quería pertenecer.
                Pero no duró eternamente. Encontré en un abrigo los restos del pasado ensombrecido y caí rendido al pleito del que quería escapar. Y salí. Y bebí. Y me drogué. Y visité las malas compañías. Y pasé con ellos unos días que no soy capaz de recordar. Y tú caíste conmigo, pero sin mí, en la más profunda tristeza.
                Se fueron los paseos. Se fueron las conversaciones. Se marcharon los pequeños detalles de las calles y volvía a ser incapaz de mirar más allá de mis manos y de tus ojos apagados por el sufrimiento de verme morir con cada calada.
                Y ahí estaba yo tirado en el suelo, con los brazos ensangrentados y los labios secos. Los ojos, llenos de lágrimas, tan muertos como mi alma y tan destrozados como mi mente, esa que da vueltas, descontrolada, intentando desesperadamente encontrar un lugar por el que escapar de la realidad que yo mismo he creado para mí.
                Una realidad lejos de la felicidad.
                Un universo distinto en el que no existen manos salvadoras ni recuerdos que no perforen mi malogrado corazón.
                Querría encontrar una puerta que al abrirla me condujese directo hasta ti. Que me abrazaras y me dijeras que todo va a salir bien, porque ya no veo nada bueno a mi alrededor, y el dolor de mi cuerpo es tan punzante como el de mi ser. Querría encontrar una escapatoria a este mundo sofocante, desplegar las alas e irme con un dios salvador, que me tienda la mano y me aleje de todo.
                Querría buscarte entre toda la oscuridad, recurrir a la luz de tus ojos esmeralda y rehacer el camino hasta el comienzo de todo, cuando lo único que importaban eran nuestras risas y nuestro cariño. Cuando nada se interponía entre nosotros. Cuando yo no me iba para perderme en la mediocridad.
                 Cuando yo no tenía que cortar mi piel añorante de tus manos para olvidar que eras tú quien guiaba mis pasos en la oscuridad de la noche.

martes, 26 de abril de 2016

Zafiros como el cielo

No era una bonita mañana de primavera. El cielo estaba oscurecido por unas nubes grises y tristes, y las margaritas se habían refugiado en su capullo, añorando la luz del sol que no se dignaba a aparecer.
                Y la mansión también estaba gris. Un manto de tristeza acorde con el tiempo se paseaba por los pasillos del enorme edificio, aunque no hubiera pasado nada que lo provocase. Simplemente, seguían el transcurso del tiempo que hacía fuera, transportándolo de puertas para adentro.
                Hyoga se encontraba en el salón, con la televisión encendida, pasando de canal en canal sin dejar ninguno por más de cinco segundos, el tiempo que tardaba en mirar por la ventana y suspirar al ver que las nubes no se marchaban de una vez. La mano que quedaba libre sostenía su barbilla, proporcionándole a su rostro una extraña mueca de aburrimiento.
                Entonces fue cuando escuchó los pasos tranquilos de alguien que se aproximaba, y no tuvo que girarse para percibir el aura pura de Shun, que entraba en el salón consultando minuciosamente una libreta. Al ver al rubio, el menor se sobresaltó e intentó irse de la instancia, pero Hyoga le saludó y no pudo burlarle.
                —Hola Shun. Soy yo ¿o el tiempo es peor que una pelea contra cien caballeros dorados? —Le preguntó, componiendo una sonrisa sarcástica y notando el nerviosismo en los gestos de Shun.
                —No, no, yo también lo creo.
                El joven se aproximó a uno de los sillones, evitando el contacto visual con Hyoga y se sentó, revisando de nuevo su libreta y sacando un pequeño lápiz afilado de uno de sus bolsillos.
                —¿Qué escribes? —Hyoga continuaba pasando los canales de la televisión sin mucho interés.
                —Nada… importante —contestó él, enrojeciéndose.
                —Dímelo entonces. —Sonrió.
                —¡No! Es solo para mí.
                —Está bien, está bien. Quería romper la rutina —dijo alzando las manos y mirando al techo, como pidiéndole clemencia a cualquier dios que pudiera estar escuchándole.
                —Siempre puedes… no sé, leer.
                —Me gustaría leer lo que escribes.
                —Leer otra cosa que no sea mi libreta. —Suspiró, con la certeza de que Hyoga no le dejaría en paz una vez vista la dichosa libreta.
                —Está bien, está bien —repitió—. Seguiré cambiando de canal hasta que me los aprenda de memoria.
                Y la mañana continuó, fría y pálida como el corazón de Shun, que no tardó en retirarse a su habitación poco después con la excusa de que iba a darse una ducha. Pero lo cierto era que nada le hubiera gustado más que enseñarle a Hyoga lo que estaba escribiendo en su libreta, echarse a sus brazos y susurrarle al oído todo lo que ansiaba decirle desde hacía tanto tiempo. Pero nunca había lugar para pensar en todo aquello salvo ahora. Y no era capaz de dejar de pensarlo, de escribirlo, de recitarlo en voz baja cuando se encontraba a solas o después de hablar con él. Porque era él todo lo que quería: su cabello rubio, sus ojos azules como zafiros, sus labios, seguramente fríos, su sonrisa sarcástica, los latidos de su corazón, sus momentos tristes y sus momentos de alegría.
                Se echó sobre la cama, permitiendo que unas cuantas lágrimas resbalasen por sus mejillas hasta caer en la almohada, que tantas muchas había recogido. Abrazó la libreta con fuerza y la abrió, leyendo una a una las palabras que le había dedicado, pero no tuvo el valor de terminar de leer, pues su rostro no era capaz de aguantar tanto enrojecimiento debido a su propia estupidez.
                Y no supo que alguien más tenía un plan, tenazmente elaborado. Alguien que se escondía tras la puerta en esos instantes y llamaba con calma a la madera, llamando a Shun desde el otro lado con su voz tranquila pero impaciente.
                —¿Sí? —Contestó Shun, escondiendo la libreta bajo la almohada y secándose las lágrimas.
                Fue Shiryu quien abrió la puerta de la habitación y cerró tras de sí con una sonrisa.
                —He venido a pedirte un favor —le dijo, poniendo su mejor expresión de desesperación.
                —¿De qué se trata?
                —Verás… es que he quedado con periodista para una pequeña entrevista sobre nuestras hazañas, en un periódico local no muy conocido. Ya sabes, quieren ganar algo de fama, pero es que me estoy encontrando muy mal… —Consiguió, no sin esfuerzo, reducir su cosmos, fingiéndose enfermo—. No será mucho rato, pero ese pobre hombre no se puede quedar sin entrevista porque le echarían del trabajo. Ya sabes, jefes… —Hizo una mueca de repulsión.
                —¿Quieres que vaya yo por ti? —Shiryu asintió—. Pero, yo… si la entrevista la pactaste tú…
                —Sí, sí, pero realmente no importa quién de nosotros vaya. De todas formas ellos quieren saber cosas sobre Seiya y Atenea, ya sabes, los cotilleos… Mira, te doy la dirección. —Sacó del bolsillo una tarjeta doblada y se la tendió.
                —¡Pero esto está lejísimos! —Exclamó, mirándole con pena a los ojos.
                —¡Tampoco tanto! —Fingió toser en ese mismo instante y se dio la vuelta para contener la risa, haciendo como que recuperaba el aliento.
                —Vale, vale, iré. De todas formas, no tengo nada más que hacer. ¿A qué hora es?
                —A las doce. Te invitarán a comer con ellos.
                —Pues tendré que prepararme ya, ¡porque ya queda muy poco!
                —Sí, sí, será mejor que te des prisa. Lo siento mucho Shun, de verdad, pero es que ha sido así de repente…
                —No te preocupes, les informaré de ello y les pediré disculpas.
                —Muchas gracias, tú sí que eres un buen amigo.
                Poco después, Shun salió de su habitación con las cosas necesarias para darse una ducha, y Shiryu aprovechó para colarse en su cuarto y buscar dónde tenía escondida la libreta. No le costó mucho tiempo encontrarla bajo la almohada, y se sintió muy culpable cuando la abrió y leyó lo que había escrito, pero recordó que era por una buena causa. Entonces, arrancó con cuidado las algunas de las páginas que más le habían gustado y guardó de nuevo el cuaderno.
                                                                                              ***
Hyoga apagó la televisión, por fin, después de decidir que no iban a echar nada interesante ni dentro de cinco horas. Escuchó la puerta de la mansión cerrándose y la voz de Shun despidiéndose, y el corazón le dio un vuelvo al oír su voz, como si hiciera mucho tiempo que no lo hacía. Se estremeció, pensando en los ojos verdes del joven caballero y en su sonrisa cálida como los rayos de sol que se ocultaban tras las feas nubes de fuera.
                Se levantó del sofá y fue hasta la cocina para comer algo, pues el aburrimiento le había abierto el apetito. Shiryu estaba desayunando en la mesa un bol con cereales, escuchando la radio distraídamente.
                —Buenos días —le saludó el moreno.
                —Hola Shiryu. ¿A dónde iba Shun tan apresurado?
                —Una entrevista. Ya sabes, marujeos. —Se encogió de hombros y continuó comiendo, ignorando, en apariencia, la presencia de Hyoga.
                El rubio buscó su caja de galletas de chocolate que había comprado el día anterior y metió la mano para sacar una o dos, topándose, para su sorpresa, con un pedazo de papel que sacó con dos dedos del envase. Desdobló la hoja y se sorprendió al ver que lo que había escrito en ella era nada más y nada menos que un poema.
Soy prisionero del hielo
emanado de tus ojos.
Tan solo quiero una estrella,
perdida,
que habite en ellos.
Y poder decirte al oído
todo lo que yo te deseo
en todos los malditos sentidos.
                Releyó el poema varias veces y miró a Shiryu, inquisitivo, pero éste continuaba desayunando atrapado por sus propios pensamientos y ajeno a lo que acababa de pasar. Y lo volvió a leer. Y otra vez, asegurándose de que no era un sueño. Pero el papel estaba ahí, en sus manos, y las palabras, pulcramente escritas sobre él, hablando, según creyó, de él. Pues nunca se habían referido a nadie más de la mansión como alguien que emanase hielo de sus ojos.
                Dobló de nuevo el poema, con el corazón latiéndole a ritmos acelerados, cogió las dos galletas y salió de la cocina, dirigiéndose a la ducha para intentar calmar su nerviosismo. Se llevó una toalla para el cabello y otra para el cuerpo, además del champú y del gel, y se metió en el baño. Se miró en el espejo mientras se quitaba la ropa y fue a abrir la llave del agua cuando encontró en el fondo de la bañera otro papel doblado y lo cogió con cuidado. Lo abrió, cerrando los ojos y dando un suspiro alterado, y comenzó a leer para sí:
Tristes zafiros como el cielo
Labios cerrados
que piden cien besos.
Corrompidas manos
que acarician
en mis deseos
la piel pálida de mi espalda.
Años desplazados
por el paso de los tiempos.
Heridas que cicatrizan
y heridas que no se olvidan.
Quiera mi diosa un día
tus manos con las mías.
                Su corazón no fue lo único que explotó al leer aquellas palabras. Tenía las mejillas tan encendidas que el agua que salió a continuación de la ducha podría haber salido perfectamente de los glaciares más antiguos de Siberia. Y aun así, no consiguieron calmar su ardor. Pues había alguien en aquella mansión, conviviendo con él, que escribía poemas que él soñaba que fueran para él. Si no… ¿por qué dejarlas a su alcance? ¿Por qué querer que alguien leyese unos poemas que no estén dedicados a él? Aunque podría haber sido un error que los hubiera encontrado, pensó, pero todo encajaba demasiado bien con su propia descripción. O eso, o su ego aumentaba con cada paso que daba, o el aburrimiento no le dejaba ver más allá de dicha cortina de ego.
                Salió de la ducha, ya más calmado, llevándose a su habitación el segundo poema y guardándolo en un cajón junto con el anterior, rezando para que hubieran sido escritos para él y no para alguien que los estuviese buscando en esos momentos. Y se echó sobre la cama a reflexionar en ello. Y al fijarse en la lámpara de noche que había en su mesita, descubrió otro papel cuidadosamente doblado, y su corazón volvió a emprender la increíble marcha de los latidos locos.
No sé escribirte poesía
pero sé amarte y no ser amado.
                Pero ¿cómo no voy a amar a alguien que me escribe estos poemas tan preciosos? Pensó, con los labios entreabiertos y los ojos azules brillando de emoción y nerviosismo. Aquel estaba en su habitación, y eso solo podía significar que eran para él de verdad.
                Quiso dormirse y desaparecer, porque todo aquello era demasiado bonito para estar ocurriendo. Pero algo le decía que no debía huir de ello, sino salir de la habitación y continuar buscando hasta el último poema, como si no importase nada más en el mundo que encontrarlos todos.
                Y así hizo, y no tardó en coger el siguiente. Éste había sido cuidadosamente posado entre las ramas de una pequeña planta en una maceta del pasillo, y la había descubierto por casualidad. Abrió el papel, vislumbrando en su mente, sin saber por qué, pero con una grata alegría, el rostro de Shun y las manos del menor entregándole todos aquellos poemas acompañados por una sonrisa tímida.
Son dos corazones separados
y dos miradas perdidas.
La mía te dice te quiero
y la tuya tan solo es esquiva.
                Se llevó una mano al pecho, dolido por las palabras que le dedicaban, deseando con todas sus fuerzas que quien las hubiera escrito fuera Shun, pues no quería a nadie en el mundo tanto como a él, y realmente no sabía cuál había sido el momento en el que se había percatado de ello. Puede, incluso, que fuese en aquella misma mañana.
                Guardó el poema en el bolsillo, con el corazón queriendo escaparse de su propio cuerpo, y bajó las escaleras de vuelta al salón, donde se encontró, ya sin sorpresa, con un nuevo papel que le pedía a gritos desde el sofá que lo leyese.
Unión de cadenas
que no atan
pero perduran.
                                                                                              ***
Shun entró en la mansión empapado, pues había comenzado a llover casi al instante en que le comunicaron que no había programada ningún tipo de entrevista con ningún caballero de bronce, pero que igualmente le agradecían su presencia, pues era un honor contar con la amabilidad de las gentes tan nobles.
                Sin embargo, Shun estaba bastante enfadado. Shiryu le había mentido y le había hecho mojarse para nada. Ahora lo que escribirían en aquel periódico sería sobre un despistado caballero de bronce que se cree el centro de todas las miradas. Y pensó, con el puño apretado, que sería la última vez que le haría caso a ciegas a Shiryu. Y lo peor de todo era que no era capaz de enfadarse de verdad. A fin de cuentas, era su amigo. Un amigo extremadamente preciado para él. Quizás, en el fondo, solo quisiese gastarle una pequeña broma…
                Sintió que la presión del abrazo más cálido que hubiera recibido nunca se apoderaba de todo su cuerpo, y el aroma más dulce le inundó los pulmones por mucho tiempo después de lo que duró el abrazo.
                Se encontró con los ojos como zafiros de Hyoga y sus labios rojos y fríos entreabiertos en una mueca que intentaba ser una sonrisa.
                —Te quiero, Shun —le dijo el rubio, y el corazón del menor se desorbitó, y sus manos temblaron el mar agitado, y su boca quiso decir algo pero no le salieron las palabras.
                Hyoga, sin romper el contacto de sus manos, le enseñó los poemas y le besó tan dulcemente en los labios que ambos pensaron que se derretirían. Y el cielo tras los ojos cerrados pareció despejarse por completo y dejar paso a los cálidos rayos del sol filtrándose por los cristales de las ventanas.
             Y todas las paredes que les rodeaban mientras duraba el beso y el abrazo, se estremecieron ante la felicidad en una bonita tarde de primavera.

domingo, 24 de abril de 2016

El centro del universo

Existe un lugar conocido como El centro del universo.
          Ahí. Ahí es donde descansa el ego de todos los seres humanos.

jueves, 21 de abril de 2016

Las manos de mi síndrome

Tus manos me recorrieron una vez más, sucias por el paso de las noches en las que venías a acariciarme. Cautelosas al principio, devastadoras al final. Y estaba tan atrapado como la luz de las estrellas en un vaso de cristal.
                No podía deshacerme de tus besos impuros, de tus embestidas crueles y de tus golpizas constantes. Y me mordías como nunca habías mordido cualquier comida, como si yo fuese lo único que pudieras saborear. Y tu cabello rubio, tan suave como la seda, se paseaba por mi cuello cada vez que me rodeabas y me hacías estremecer.
                Aguardaba allí abajo, sin luz, con la esperanza de que algún día volvería a ver el amanecer, pero nunca se abrían las ventanas. Y cuando bajabas por las escaleras para sacarme de la cama, que era mi único refugio al quedar en penumbra, la poca claridad que llegaba desde fuera me dejaba ciego, y solo podía recuperar el sentido cuando me agarrabas del brazo para hacerme tuyo, una vez más.
                E iban pasando los días pero todo continuaba igual. Subía y bajaba sobre ti, me apoyabas contra la pared para golpearme todo el cuerpo contra ella, y seguías restregando tus sucias manos en mi espalda, en mi torso, en mi pelo… Me recorrían, me recorrían sin parar, y no podía apartarlas, como no podía apartar mis ojos verdes de los tuyos azules, que tanto me turbaban. Y les tenía miedo. El miedo que me producían cada vez que me observaban, diciéndomelo todo sin palabras, imbuyéndome de culpa y de deseo ajeno.
                Entrabas y salías a tu gusto, y yo sin poder escapar. Tampoco dormía por las noches esperando tu visita, y dejaba de respirar al escuchar el chirrío de la puerta.
                Contemplaba el cielo de madera sobre mi cabeza, imaginando que detrás de toda aquella oscuridad un sol brillaba, olvidado, con pequeñas nubes blancas en torno a él. Acostumbrándome a soñar con él cuando me poseías.
                La luna rotaba alrededor nuestro y te acariciaba la espalda con cada resoplido que me provocabas. Te odiaba y te quería al mismo tiempo. Me hacías daño pero me llenabas. Quería menos y quería más. Te deseaba lejos y te deseaba tan cerca…
                Comenzabas a visitarme menos, como si me estuvieras olvidando. Y yo cada vez era menos propenso a pensar en mi casa, en la familia que tenía cuando todavía respiraba por mi cuenta, cuando aún recordaba quién era. Y me sorprendía a mí mismo llorando en la esquina, echándote de menos. Porque te habías convertido en todo lo que conocía, en todo lo que me sacaba de mi ensimismamiento. En todo lo que me mantenía, irónicamente, con vida.
                Sentía la suavidad de tu cabello de otra manera sobre mi cuello. Tus manos sucias ahora me limpiaban al acariciarme. El dolor que me provocabas no era más que un recordatorio de que todavía tenía cosas que sentir. La pared no estaba tan fría cada vez que me ponías contra ella, no así como tus besos en mi espalda.
                Me embelesaban tus ojos azules. Me embelesaba tu manera de desearme con la mirada y me embelesaba todo lo que me hacías. Me estabas matando de la forma más dulce que podría haber imaginado. Mi corazón se aceleraba cada vez que bajabas las escaleras para convertirme, una vez más, en tu propiedad.
                Pero todo terminó un día.
                La oscuridad a la que tanto tiempo me llevó acostumbrarme se deshizo ante mis ojos, aunque continuaba cegado por la fantasía en la que habías transformado mi día a día. Dejé de ver tus orbes de cristal y tu cabello rubio. Dejé de sentir tus manos en mi espalda y tus fríos labios en los míos. Dejé de sufrir el dolor de los golpes y de recibir todas tus ansias. Dejé de querer seguir viviendo si no era contigo. Pero ni siquiera sabía cómo te llamabas, solo que existías y que yo era tuyo. Completamente tuyo. Pero de repente fui libre, y me arrebataron todo lo que era y todo lo que necesitaba para continuar en pie.
                Vi a muchas personas preocupadas. Me hablaron de gente increíble que me ayudaría, pero yo no sabía a qué. Pensaba que me entregarían a ti de nuevo, y de verdad lo añoraba. Pensaba que en algún momento aparecerías para raptarme de nuevo, para dejarme sin aliento con tu presencia. Para rehacerte con tus caprichos.
                Y no volviste. Te olvidaste de mí y yo me olvidé del mundo. Deseaba con todas las fuerzas del universo, porque de las mías no quedaban, volver a encontrarme entre tus brazos. Escucharte de nuevo susurrándome crueldades al oído. Enamorarme de ti todos los días cuanto más me hacías sufrir.
                No era más que las manos de mi síndrome lo que anhelaba. No era más que tu negada cordura. No era más que las manos de mi síndrome…

martes, 19 de abril de 2016

Sensaciones

Existen palabras que te llenan el alma, pero no por lo que significan, sino por cómo son pronunciadas por los labios que te hacen estremecer. Suaves como la seda, y te dejan sin aliento tal como si llevaras toda una vida esperando para escucharlas. Y son escuchadas, y seguramente olvidadas, pero no es el contenido más que la sensación de tenerlas por fin.
          Hay muchos tipos de sonrisas. Las hay que son tristes y apagadas como la lluvia en la noche. Las hay que son radiantes como el sol y como la luna. Las hay que no significan más que un asentimiento o un vago reproche que no se atreve a ser hablado. También las hay que significan todo pero se esconden tras una cortina de inocencia o vergüenza. Y las hay crueles, llenas de sadismo y venganza. Y las hay que consiguen desplazarte hasta los rincones más alejados del universo, haciéndote flotar en un mar cósmico de penumbra, salpicado por luces de innumerables colores que van y vienen, que surgen de la nada y de los cuales es imposible acostumbrarse.
          ¿Sabías, acaso, que incluso los sonidos más hermosos se ven eclipsados, en la mayoría de los casos y en la mayoría de los lugares, por ruidos que no deseamos escuchar? ¿Cómo explicas, si no, que no estemos acostumbrados al canto de las aves o al susurro de la brisa? Porque siempre nos sorprendemos cuando éstos aparecen, y exclamamos: "¡Shh! ¡Escucha! ¡Está cantando un gorrión!". Porque no es lo habitual. Sin embargo, no comentamos nada sobre aquellos ruidos que nos molestan, porque son algo normal en nuestras vidas, algo que pertenece a nosotros mismos, como si estar acostumbrado al ruido de los coches o al estruendo de las máquinas de obras fuese parte de nuestro alma, cuando lo que más deseamos de todo corazón sería sustituir todo ese alboroto por el jolgorio de los pájaros en primavera. 
          Acariciamos con las manos cualquier superficie lisa. Rodamos por la hierba sobrecogidos por tanta felicidad cuando estamos reunidos íntimamente con nuestro ser. Reímos mientras nos rozan las flores y observamos el cielo tan azul, o salpicado de nubes, o incluso sintiendo resbalar por nuestra piel las gotas de lluvia. Pero siempre sintiendo algo, sea lo que sea. Nos dejamos llevar, y eso nunca debería ser malo. ¿Por qué no reírse cuando se está feliz? ¿Por qué esconder la alegría cuando, dando un paseo, comienza una llovizna que nos hace estremecer? Si quisiéramos contagiar la sonrisa al resto de las personas, bastaría con hacer aparecer ese aura que nos envuelve interiormente en la superficie de nuestro cuerpo. 
           Y hay veces en las que todo lo significa todo. Una palabra pronunciada por los labios que te hacen estremecer, acompañada de una sonrisa que irradie afecto, o alegría, o mil cosas al mismo tiempo. Un abrazo que te arrope. Un canto que envuelva y un universo en cada milímetro de tu piel.

sábado, 19 de marzo de 2016

Nunca osaría

                Le dije que la quería como nunca había querido a una mujer. Me respondió que nunca osaría ponerle el anillo a ninguna otra que no fuera yo.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Paradise

Te cogí de la mano y escapé de la realidad.
Me miraste a los ojos preguntándome mil cosas, pero ni yo sabía lo que tenía que contestar. Simplemente me dejé llevar por aquel impulso que no me permitía detener los pasos por el camino, y sabía que tú me ibas a acompañar, porque siempre lo has hecho, porque estábamos unidos por un hilo invisible.
                —Tengo miedo —me dijiste, y lo noté porque te temblaban las manos.
                Yo también tenía miedo, aunque trataba que la seguridad lo sobrepasase. Quería darte la sorpresa más bonita del universo, y el temor no podría ser capaz de frenarme. Entonces, comencé a cantar en un idioma que ni si quiera yo conocía, pero que transmitía todo aquello que necesitaba decirte, y tú me escuchabas con tu rostro de niño, ladeando la cabeza y tarareando los versos que yo mismo me estaba inventando.
                Se notaba que el sendero era poco transitado, pues era estrecho y lleno de hierbajos que apenas dejaban ver las losas de piedra descuidadas por los años. Sin embargo, los miles de cielos coloridos que se atisbaban por entre las copas de los árboles despejaban cualquier duda: aquel era el camino que buscaba.
                —¿Qué dice? —Me preguntaste con una sonrisa.
                —¿El qué?
                —La canción —cerraste los ojos sin dejar de sonreír y me contagiaste más alegría de la que ya tenía.
                —Habla sobre ti y lo maravilloso que eres —dije sin pensar, y en realidad así lo creía.
                Me abrazaste con fuerza tras esas palabras, y me susurraste al oído que no había nada en el mundo comparado conmigo, aunque yo no te creía. Lo único que quería era hacerte feliz, costase lo que costase. Sabía que no merecías menos que una constante felicidad.
                Los árboles se abrieron dejando claros tan verdes y azules como nunca los habíamos visto antes. Te despegaste de mi lado y te postraste en la linde del sendero de piedra, ataviado con los destellos de los soles y las lunas que salían a nuestro encuentro por entre las montañas nevadas. Entonces te echaste sobre la hierba, contemplando el cielo, y me hiciste gestos con las manos para que me echase a tu lado. Contamos las estrellas sobre nosotros y describimos círculos al compás del movimiento de los cientos de planetas más visibles, susurrando sus nombres, aunque no los supiéramos, y bautizando a los que nos dejaban sin palabras.
                —Tenemos que continuar el camino —te dije, y tú me miraste con esa sonrisa siempre en tus labios.
                —¿Dónde quieres que acabemos?
                —En el lugar más bonito del universo.
                —¿Hay algo más bonito que tus ojos?
                No te contesté, porque no podía. Sabía que tenía que cogerte de la mano y guiarte por alguna parte hacia algún lugar que ni yo mismo tenía la certeza de que existiera. Lo único que me guiaba era la brisa que cubría nuestros pasos y tu mirada esclavizada por el paisaje, paseándose de un lugar a otro sin dejar de contemplar. Pero aquello no era lo que buscaba, sino parte.
                Me armé de valor y me levanté con tu mano entre las mías. Regresamos al sendero y continuamos avanzando, aunque a aquellas alturas del camino era imposible saber qué sentido era adelante y cuál atrás.
                Unas nubes blanquísimas comenzaron a teñir el pedazo de cielo que nos acompañaba sobre nuestras cabezas, y unas diminutas gotas de lluvia nos ampararon en el camino, destellando con colores que no habíamos visto jamás. Pero no quisimos resguardarnos de la lluvia. Nos daba cobijo sin saber exactamente por qué, y era suave y refrescante. Parecía, incluso, que hasta el suelo bajo nuestros pies se estremecía al contacto con la llovizna.
               Subimos por unas escaleras de plata, tan finas que parecían transparentes y se veía el campo que dejábamos abajo. Tocamos las estrellas y los planetas que continuaban dando vueltas. Traspasamos los límites del universo en un mar infinito de esferas deslumbrantes. Recorrimos travesías que hacía milenios que estaban perdidas. Descubrimos el Paraíso del que no quisimos regresar.