martes, 11 de agosto de 2015

Que llegue el anochecer

Compartí contigo un triste despertar
cuando el sol del amanecer era cálido como tu piel
y las olas del mar suaves como tu mirar.
Sabía que te ibas aunque no lo quería admitir
pensaba que cada día me podría divertir.
Eras todo lo que quería
en un mar de sufrimiento.
Eras un rayo de esperanza entre la oscuridad
pero ahora solo es la oscuridad
lo que perdura
perpetua, eternamente.
Te deseaba todos los días
y todos los días te deseé.
Al acariciar tus labios y observar tus ojos esmeraldas
capté en un instante el significado del amor.
Con tu mano en la mía y tu boca en mi cabello rubio
esbocé los trazos de un futuro
que solo conocía felicidad
pero cuando aquel aciago despertar llegó
todo lo que quedó fue esa oscuridad.
El reflejo de tus ojos en el mar
y la mirada ciega entre las aguas,
el amanecer, continuo, estático,
ahora siempre acompañándome.
Nunca viene el atardecer a quitarme
mis últimos suspiros.
Sé que el final llegará con el anochecer,
pero no quiero separarme de tu recuerdo
que permanece en el rojo amanecer.
Tus caricias son de plata como la luna que se fue
cuando aún quedaba esperanza en mi interior
y la noche de mis espaldas
mi ilusión no apresó.
Sé que el tiempo podría curar
mi corazón malherido
pero lo que no quiero es esperar
a que mis recuerdos caigan en el olvido.
Si tan solo pudiera verte
por unos segundos más
y recordar tu belleza
en este mar de tristeza
que no me deja respirar.
Pero el destino quiso que así sea
y tú partiste sin apenas decirme adiós.
Y me quedé paralizado frente al mar
tratando de encontrar
entre todas las estrellas
el rostro que una vez tanto llegué a amar.
Se me congela el corazón
cuando las nubes se acumulan
y no me dejan buscarte
y no hay luz que me rescate
de la más profunda desesperación.
Yo solo quería ser feliz a tu lado
y por un tiempo lo fui,
mas no duró hasta la eternidad
como esas personas suelen decir.
Y aquí estoy, en la orilla
viendo ir y venir las olas
con las que hace poco jugábamos
cogidos de la mano
sin presiones ni ataduras.
Solos tú y yo.
Y amanece otra vez
como muchos otros días,
solo que esta vez tú no estás
y no quiero acostumbrarme a tu ausencia.
Vivo por ti
y por ti viviré
no sé si en este mundo o en el siguiente
no sé si lo llegaré a saber.
Y sin querer el cielo cambia de color
y con las manos temblorosas
veo como se apaga el sol.
Primero se vuelve naranja,
luego va viniendo la oscuridad,
esa misma que apresa mi corazón
por no poderte volver a contemplar.
Y poco a poco salen las estrellas
pero estas no son las del amanecer.
Salen estrellas brillantes
que mis ojos no quieren ver.
y entre ellas te vislumbro
y susurro tu nombre con un hilo de voz.
Quiero que me lleven con ellas
pero el miedo me apresa el corazón.
Me llamas con la mano extendida
y alargo la mía para rozarte la piel.
Mis ojos se llenan de lágrimas
y me muero al volverte a ver.
El anochecer llegó por fin
y con una sonrisa tiras de mí.
Abrazados entre las estrellas
con el mar bajo nuestros pies,
con sonrisas compartidas
esas que tanto añoré
y con las manos entrelazadas
te saludo otra vez
y te prometo, mi amor
que nunca más te dejaré de querer.

domingo, 9 de agosto de 2015

Alma danzante de luna

Entre los rayos de la luna la escuchaba cantar, alegre, con las manos danzarinas en su regazo, mientras movía los labios de esa forma tan tranquilizante, tan dulce, como una muñeca intocable, de coleccionista. Con el cabello cayéndole sobre los hombros como bucles castaños y brillantes.
                Cantaba sobre historias de tiempos remotos, según decía, aunque yo sabía que sus palabras eran pura imaginación. Cuentos de hadas, tal vez, o sueños de su infancia. Tal vez pesadillas. Pero ella se las creía, las vivía intensamente, como una niña pequeña dibujando en un trozo de papel. Sus ojos se iluminaban, parpadeaba varias veces y se dejaba consumir por el entorno. No parecía vivir en nuestro mismo mundo, sino que tenía la mirada tan perdida como un lejano planeta al otro lado del universo.
                Solía decir que ella misma era un cuento, una fantasía, una alucinación... que mirarla era como traspasar varios espejos de diferentes reflejos, vivir mil aventuras sin necesidad de cerrar los ojos. Se sentía, además, deseada, pero nunca supe el significado que le quiso dar a esa palabra, y tampoco tuve el valor de preguntarle. Si ella no me lo decía, era por algo, por lo que fuera. Igual no tenía mucha más importancia. Sin embargo, más de dos noches mi cabeza dio vueltas intentando descifrar lo que sus palabras ocultaban, sin conseguir más que me invadiera el sueño y caer dormido, y soñar con ella, con sus cuentos, con su imaginación, con sus labios...
                También decía que era libre como un ave, que ninguna jaula podía retenerla ni siquiera unos segundos. Y cada vez que me decía ésto me invadía la extrañeza, pues siempre la veía sentada en el mismo banco de piedra frente a la misma fuente bajo la misma luz de luna. Tampoco le pregunté, pues igual ella no se refería a la libertad que entiendo yo, aunque me hubiera gustado saber realmente lo que significaban sus expresiones, sus frases cargadas de palabras que parecían no tener ningún sentido.

                Aún así la quería, por muy lejana que la sintiese, aún por todas las veces que me golpearon la cabeza con mares de dudas. Ella estaba allí, haciendo algo que nunca comprendería. Compartiendo viejos cánticos que nunca supe si eran suyos de verdad o los había escuchado alguna vez hacía mucho tiempo.