miércoles, 23 de agosto de 2017

Un cuento de hadas

Siempre supe que todo era un cuento de hadas. Lo supe nada más verte, nada más caer rendido a tus pies con las primeras luces del alba.
                Lo supe la primera vez que salimos para contemplar los dragones y todo el esplendor que cae desde sus alas al volar. Y del fuego que amenaza entre las fauces cuando tratan de domarlos.
                Y lo supe desde la tarde en que fuimos hasta el río cogidos de la mano, como si nada más importase, con el sol dándonos en el rostro y sofocando nuestra respiración. Sin embargo, yo creía firmemente que no era el sol el único causante de tal dificultad.
                Pues eran tus manos cálidas, tus labios como rubíes, tus ojos grandes como esmeraldas, brillantes como diamantes. Tus besos en mi boca, suaves como el terciopelo, inseguros por el qué dirán.
                Era todo un cuento de hadas que parecía realidad. Lo supe porque te quería más que a mi vida, e incluso cuando nada quedaba en el campo me inventaba cualquier excusa con tal de ir a verte una vez más. Soñaba con nunca separarme de ti, noche tras noche.
                Y cada amanecer el rugido infernal de los dragones me desperezaba de ese increíble sueño en el que no existían barreras para nuestro deseo. Porque los sueños moldeables es lo más realista para escaparse de la realidad.
                Y me decías una y otra vez lo mucho que te preocupaba que nos descubrieran, que nuestro amor era prohibido. Que nos tirarían piedras a las ventanas. ¿Qué más da? Las ventanas se pueden arreglar, un corazón roto no.
                Lo supe el día en que nos escapamos al monte con una cesta de comida. Nos quedamos atrapados en una pequeña grieta en la tierra por la lluvia torrencial. Era verano, claro, ¿cómo predecir el tiempo en una época tan fastidiosa? Pero aquel día fue increíble. Las luciérnagas de cristal volaban por todas partes y nos hacían compañía con su melodía de luces. Y las apacibles flores de ojos anaranjados se abrían como todas las noches y nos saludaban con sus pequeñas hojas como manos.
                Quizá fue aquel día en el que me di cuenta de que todo era un cuento de hadas. Yo lo intuía, pero no era capaz de verlo. No quería que nada de aquello terminase.
                La lluvia amainó muy de madrugada, y nos encontró buscando las palabras precisas para que al volver no nos castigasen, pero no se nos ocurría nada sensato que decir. Y entre risas todo eran luciérnagas en nuestros ojos.
                Al final regresamos cogidos de la mano, sin importar quién pudiera vernos. Llegamos a la conclusión de que lo que tuviera que pasar, terminaría pasando. No podríamos ocultarnos por mucho más tiempo.
                Y el cuento de hadas se fue desnutriendo cada vez más. Mi Shun se desmoronaba en su familia, y yo me desmoronaba en la mía. Nos veían como bichos raros, como seres despreciables, y nos tenían confinados en un rincón distinto del universo, como si estuviera prohibido, con pena de muerte, amar.
                —Mime, vete a recoger los huevos al gallinero. Y como te pille de nuevo…
            —Sí, padre —respondía yo antes de que llegase a pronunciar su nombre, con miedo a que si lo hacía, este quedase consumido en el aire.
            Entonces las luciérnagas dejaron de cantar con luz. Los dragones dejaron de parecerme maravillosos y ya no les devolvía el saludo a las flores. Y cuando supe que tu alma se había ido a reunir con las estrellas una noche de invierno, una enfermedad incurable se apoderó de mi corazón.
            Me fui lejos. Traté de reunir pedazos de cuerdas de plata para poder alcanzarte en el cielo. Traté de pescar las estrellas para traerte de vuelta conmigo. Traté de volar por encima de las nubes a lomos de uno de los dragones, pero no quería subir más.
            Intenté tener tu mirada clavada en mis ojos. Lo intenté… pero no era más que un cuento de hadas.

domingo, 30 de abril de 2017

Con primaveras y otoños

Fue entonces que creció con la marea.
                Unas briznas de hierba acariciaron su piel y cerró los ojos, dejando volar su imaginación. Agrandando el corazón con cada brisa. Describiendo círculos en el suelo, con las manos dejadas.
                Era un mundo nuevo. Verde, caluroso y frío, con primaveras y otoños, donde nada más importaba porque nadie había. O nadie quedaba.
                Pensó que quizá sería una utopía. Un lugar sin personas arrasadoras. Quedaban árboles y bajo ellos no había cenizas. Los mares y océanos eran azules y verdosos, y muchas de las orillas, cristalinas.
                Los cielos despejados, las nubes blancas. Las rocas apiñadas naturalmente, sin esquinas, sin pisos, sin escaleras artificiales. Los ríos corriendo entre los árboles y las criaturas acercándose a sus aguas para disfrutar del agua que dejaba arrastrar los sedimentos de las montañas.
                Pero abrió los ojos, acunada por un viento frío. Y las briznas de hierba eran grises y los cielos estaban cubiertos de neblina.
                Quiso llorar, pero ya no le quedaban lágrimas con las que regar la tierra. Ni los troncos de los árboles cortados lloraban su savia, mucho tiempo atrás secada por el aire.
                Se levantó, pero no quería caminar. Lo único que deseaba es tener el poder en sus manos para convertir su sueño en realidad. O quizá, tal vez, para seguir soñando.

sábado, 21 de enero de 2017

Mera ficción

Se esfumaron los colores. Tan solo una negrura permanente en una tierra que antaño había sido fértil. Una tierra senil, devastada por el paso de los siglos, ignorada y reducida a cenizas.
                Todos la vieron morir. Quizá murieran antes que ella. Qué más importa eso. La cuestión es que ellos la mataron. Ellos convirtieron su hogar en un infierno del que no pudieron escapar. Y lo peor de todo es que eran conscientes de sus hazañas, de sus destrozos.
                Si tan solo hubieran cambiado su manera de pensar… Pero, ¿cómo iban a hacerlo? Si todos sus sistemas asentaban sus bases en el ansia de poder, en el ansia de querer, de explotar hasta la saciedad los recursos. En definitiva, de hacerse con todo lo que pudieran, sin pensar tan solo un instante en las consecuencias. ¿Para qué, si seguramente no vivirían para sufrirlas?
                Si tan solo hubieran trabajado para hacer de su hogar un lugar, no mejor, sino apacible. Un lugar de convivencia, sin cazas furtivas, sin deforestaciones, sin contaminación, sin sobre pesca… Pero todo eso ya no importa.
                Infértil.
                Así ha quedado su hogar. Vida apenas visible. Aire apenas respirable. Agua apenas potable. Animales al borde de correr la misma suerte por algo con lo que no tuvieron que ver.
                Si tan solo hubieran planteado un sistema diferente. Si tan solo hubieran cambiado la educación. Si tan solo no hubieran procreado de esa forma tan desmesurada…
                Faltaban casas. Faltaba agua, faltaba comida, faltaba dinero que se derrochaba desde las manos de los más afortunados, pero siempre para obtener otros beneficios que imponía aquella sociedad. En la que todo era consumo. Y si no consumías, morías.
                E irónicamente, la máxima conciencia del abuso recaía sobre las clases más humildes de la sociedad. Las que menos tenían, menos querían tener con tal de que el mundo fuese un poco más estable, con tal de que las comunidades tomasen conciencia del desastre inminente del que no podrían escapar.
                No escaparon. Y su hogar tampoco.
                Nada podría volver ahora a ese lugar inhóspito. Lo que antes hubo sido la urbe de la vida, ahora se convertía en un vasto cementerio.
                Aunque, tal vez, pudiera recobrar lentamente lo que una vez aconteció en él. Tendría que recobrarse de todos los males que le han causado. Tendría que volver a empezar desde cero, renovándose, renaciendo como el ave fénix, que tan atractivo resultó para muchas de esas sociedades, pero que, extrañamente, ignoraron la lección de reencarnación que ellos mismos habían creado.
                Quién sabe. Quizás algún día se encuentre una solución. Quizás algún día no sea más que una mera ficción.