Miraba al mar en calma sentada
sobre su roca. Las estrellas se reflejaban débilmente en la superficie del agua
y la luna apenas era visible como una finísima franja en el cielo.
La
espada entre las manos, las yemas acariciando el filo. La hierba rozando la
planta de sus pies y los ojos extrañados y melancólicos, transportados a un
tiempo pasado en el que perdió más de lo que ganó.
¿Qué
había sido aquello? ¿Por qué continuaba latiendo su corazón con tanta fuerza y
tristeza? ¿Por qué lloraba todavía? Desde pequeña, había sido consciente de su
fuerza, tanto física como psicológica y, sin embargo, después de la guerra todo
el muro de poder que la envolvía se había desmoronado.
Ahora
que no quedaba más que las ruinas de lo que antaño había sido su hogar, ahora
que casi todos sus seres queridos habían perecido sin que hubiera podido
ayudarles a sobrevivir, su vida no tenía sentido. Pero continuaba mirando a las
estrellas todas las noches. La tradición se remontaba al nacimiento de su
pueblo, valiente y feroz, sencillo y espiritual. Los muertos vivían en los
rayos de las estrellas. La luz que en vida proyectaban los ojos de todos ellos,
se convertía en la luz que guiaba los caminos de aquellos que continuaban
pisando la tierra.
Ella
lo creía firmemente. Por eso, todas las noches, miraba las estrellas. Hablaba
con sus amigos y les dedicaba canciones. Hablaba con su familia y les dedicaba
poemas. Y al tañer el alba, danzaba con los ojos lacrimosos hasta que le
doliera todo el cuerpo. Así debía ser.
Así
había sido durante mucho tiempo, y ahora que solo ella y un puñado más de los
suyos quedaban, todos fieros guerreros y guerreras, tendrían que recuperar las
tradiciones de los campesinos, de la gente de a pie. Rendirles homenaje todas
las noches y recobrar lo que una vez perdieron.
Esas
tierras, sí, eran suyas, y nadie ni nada impedirían que reuniera a los últimos
para recuperarlas.
Decidida,
se levantó de la roca y contempló unos minutos más a sus familiares y amigos.
Echó, también, una última mirada a sus ancestros y tiró un beso al aire.
Después, danzó al ritmo de las canciones que cantaban las estrellas y cogió su
espada.
No
podía hacer esperar a su vieja amiga la venganza.