domingo, 18 de diciembre de 2016

Memoria en las estrellas

Miraba al mar en calma sentada sobre su roca. Las estrellas se reflejaban débilmente en la superficie del agua y la luna apenas era visible como una finísima franja en el cielo.
                La espada entre las manos, las yemas acariciando el filo. La hierba rozando la planta de sus pies y los ojos extrañados y melancólicos, transportados a un tiempo pasado en el que perdió más de lo que ganó.
                ¿Qué había sido aquello? ¿Por qué continuaba latiendo su corazón con tanta fuerza y tristeza? ¿Por qué lloraba todavía? Desde pequeña, había sido consciente de su fuerza, tanto física como psicológica y, sin embargo, después de la guerra todo el muro de poder que la envolvía se había desmoronado.
                Ahora que no quedaba más que las ruinas de lo que antaño había sido su hogar, ahora que casi todos sus seres queridos habían perecido sin que hubiera podido ayudarles a sobrevivir, su vida no tenía sentido. Pero continuaba mirando a las estrellas todas las noches. La tradición se remontaba al nacimiento de su pueblo, valiente y feroz, sencillo y espiritual. Los muertos vivían en los rayos de las estrellas. La luz que en vida proyectaban los ojos de todos ellos, se convertía en la luz que guiaba los caminos de aquellos que continuaban pisando la tierra.
                Ella lo creía firmemente. Por eso, todas las noches, miraba las estrellas. Hablaba con sus amigos y les dedicaba canciones. Hablaba con su familia y les dedicaba poemas. Y al tañer el alba, danzaba con los ojos lacrimosos hasta que le doliera todo el cuerpo. Así debía ser.
                Así había sido durante mucho tiempo, y ahora que solo ella y un puñado más de los suyos quedaban, todos fieros guerreros y guerreras, tendrían que recuperar las tradiciones de los campesinos, de la gente de a pie. Rendirles homenaje todas las noches y recobrar lo que una vez perdieron.
                Esas tierras, sí, eran suyas, y nadie ni nada impedirían que reuniera a los últimos para recuperarlas.
                Decidida, se levantó de la roca y contempló unos minutos más a sus familiares y amigos. Echó, también, una última mirada a sus ancestros y tiró un beso al aire. Después, danzó al ritmo de las canciones que cantaban las estrellas y cogió su espada.

                No podía hacer esperar a su vieja amiga la venganza.