martes, 1 de noviembre de 2016

En decadencia

Y muestran en decadencia un mundo perdido, de manuscritos borrados y enterrados por la tierra. Entre piedras sepultado, entre ruinas carcomidas. Que no ven en sus memorias implantado el eje de una civilización desconocida.
                ¿Quién querría conocerlo? ¿Quién desearía haberlo visto? No son más que palabrerías. No es más que un tiempo sin raíces, que ciudades destruidas y ardientes estrellas olvidadas. Resquicios de una vida que pensaba sería eterna, pero que alcanzó la eternidad tan solo al morir.
                Fueron grandes. Fueron ciertos. Fueron cientos enamorados, sorprendidos por maravillas que ellos mismos crearon. Sintieron que todo estaba a sus pies, que la naturaleza no tenía poder para frenarles. Pero qué equivocados estaban.
                Sumidos por el odio renacido, por ansias de control. Invocando las desdichas que ni ellos conocían, ni sabían que podrían con sus vidas terminar. Apagaron todo el fuego con fuego, y las llamas consumieron todo lo que habían imaginado. Hologramas tras sus ojos y cortinas quebradizas bajo un descendiente adinerado.
                Compuestas las canciones de grandeza que no llegaron a escuchar. La atención era pobre para una persona rica. Tan solo sus oídos se centraban en la gloria. Tan solo sus manos manejaban las joyas de las más antiguas reinas.
                Y dijeron que no al resto. Que no había problema. Que estaba todo controlado bajo un mismo lema: “Somos poderosos, no hay de qué temer”. Y sus sonrisas se apagaron con ojos que les intentaban enternecer.
                Pero sí, solo escuchaban sus canciones, las palabras de los súbitos carecían de valor. Decían una y otra cosa, y les salía por las orejas. Quizás alguna vez a uno le entró preocupación, pero no vieron el resto más ecos de buena reputación.
                Y terminaron así, destrozados por ellos mismos. No abrieron las ventanas a la verdad del universo. Cegados por un mundo creado por los ciegos. Y olvidados están ahora tras las puertas del tiempo y el espacio. Algún arqueólogo de otro lugar descubrirá la avaricia del humano, y verá en sus ojos muertos la exaltación por lo mundano, por aquello que no estaba más allá de sus manos. Que no querían remendar los males sino vivir sobre sus sombras.
                Pero quién sabe si algún día esto será revivido, pues quién querría en esta vida llorar por estragos de un mundo carcomido.