No es más que el recuerdo de tus labios. Una clara armonía de placeres
disueltos en tus ojos, tan verdes como las hojas en primavera. Diminutos
fragmentos de tiempo convertidos en grandes emociones que quieren escapar de mi
corazón.
Tus manos
saboreando cada rincón de mi cuerpo. Tu boca suspirando por tener la mía
sellada contigo. Abrazos ardientes como miles de estrellas, iluminando el
cielo. Iluminando todo a nuestro alrededor, pareciendo que no existe otra cosa
en la vida que no seamos tú y yo.
Las veces que estuvimos cogidos de la mano,
dispuestos a caminar hasta el final del mundo por playas que nadie más había
contemplado con estos ojos, salvo, tal vez, enamorados tan locos como nosotros.
Aquéllos a los que nada les parece más real que lo irreal del amor. Los
románticos y escépticos de la realidad. Desean perderse entre nubes de algodón,
en un cielo donde cada haz luminoso pronuncia te quiero.
Almas entrelazadas
de por vida. Ni el mayor de los filos sería capaz de cortar el lazo que nos
une, pues no está compuesto por materiales ordinarios, sino que es obra de
caricias, besos, abrazos, paseos, cenas, noches, días, fiestas, películas…
Son sentimientos
extraños, alejados del resto de las personas. Cosas que no había sentido antes
con nadie, y bien lo sabes. Que la primera vez que te dije lo mucho que te
amaba se me escaparon varias lágrimas al liberarme. Que supe al instante que no
mentía, que aquella vez era diferente. Te tenía tan cerca que el simple hecho
de sentir tu respiración impedía a mi corazón funcionar correctamente.
¿Cuántas veces que
te habré dicho lo difícil que era para mí amar a alguien? Viví y recé a todos
los dioses que pudieran escucharme para que me permitiesen gozar de ese don,
pero durante miles de años me negaron tan preciado derecho.
Entonces vi tus
ojos. Esmeraldas. Pozos profundos de tranquilidad y pureza. Puertas de cristal
que tenía miedo de abrir, no así como los míos, que rápidamente cayeron en tu
hechizo y me descubrieron una nueva forma de pensar y de querer.
¿Y cómo puedo
pensar en si no hubiera sido posible? Desesperaste mi corazón cada vez te
marchaste a casa después de estar conmigo. Mis suspiros siempre iban dirigidos
hacia ti. Nada me hacía estremecer más que tus simples caricias, que para mí
significaban todo.
Tantas veces
susurraste mi nombre al oído, amparados por las sábanas que cubrían nuestros
cuerpos desnudos. Tus besos bajando por mi cuello, llegando a mis labios. Tus
manos acariciando mi cabello y tu rostro apretándose contra mi pecho, tratando
de detener el tiempo que, por desgracia, no dejaba de pasar.
Te dije que no
desperdiciaras ni una sola lágrima por mí. Te pedí, suplicante, que no se
marchitara tu corazón cuando me fuera, que siempre me recordases como un
pasatiempo más, un eslabón en tu vida. Una muestra de cariño que nunca quiero
que olvides.
Te pedí que
buscases una manera de eludir la cruel realidad. Abrí caminos ante tus ojos, te
apoyé en tus proyectos y quise, aunque no te lo dije, distanciarme de ti para
que no pesara tanto el dolor con mi partida.
Todo está escrito,
y es por una causa. Muchas palabras se olvidan, pero la esencia siempre está
presente, pues los actos perduran en el tiempo. Los sueños se encargan de
reavivar las llamas del pasado, de devolver los recuerdos a las mentes. De hacernos
reír y llorar al mismo tiempo.
La melancolía es
infinita. Siempre lo fue y siempre lo será. Puede que en estos momentos yo esté
sufriendo de ella, allá donde esté, y puede que tú estés llorando mientras lees
esto, y que tus ojos esmeraldas brillen como estrellas en el cielo nocturno.
Pero no quiero eso para ti.
Te supliqué que
sonrieras, aunque fuera falsamente. Pues la perseverancia hace al maestro, así
tiene que pasar con las sonrisas: sonríe y serás feliz. Sonríe y disfruta de la
vida, que tienes mucha todavía que vivir, y es corta, bien lo sabes, como para
pasarla llorando.
No te encierres en
la tristeza. Abre las ventanas y deja que entre la luz en tu habitación. Sal de
casa, observa las flores, huélelas, respira el aire puro de las primaveras y
deja que las gotas de lluvia se derramen por tu rostro en otoño. Pero no dejes
que el frío del invierno te cale cada año el corazón. Y, si lo hace, que sea el
fuego del verano lo que lo derrita.
Dejó de leer.
Sus
ojos apenas podían albergar todas las lágrimas, y su corazón se resentía con
cada palabra que leía. No, no podía continuar, aunque tantas otras veces había
leído aquella carta, salpicada de lágrimas secas por el paso de los años.
No,
no era capaz de olvidarle. ¿Cómo iba a olvidar aquellos ojos azules que le
habían acompañado durante tanto tiempo? ¿Fue tanto tiempo en realidad, o tan
solo la intensidad de los momentos hacía de un simple instante una eternidad?
Mucho
había tardado en armarse de valor para leerla por vez primera. Ni siquiera conseguía
sacarla de su sobre y quitarle el lacito que la cerraba. ¿Cómo iba a soportar
la realidad de las palabras con tanto sufrimiento en su corazón?
Se
había ido para siempre, mermándole, poco a poco, la esperanza de que todo
acabaría con un festín de perdices. Pero es más cruel la vida de lo que desde
pequeño pensó. Pues todos los paseos, todas las cenas, todas las noches de
insomnio y, en general, todos los momentos junto a él se habían esfumado en un
amanecer en el que solo el Sol fue capaz de despertar.
Falsamente
describen el amor los poetas. Tan inmenso sentimiento no se puede expresar de
ninguna manera, solo sentirlo. Por eso temo que esta carta se quede en meras
palabras poéticas. Pero bien sabes que todo lo que dicen es cierto, y que
guardan en cada espacio un pedacito de recuerdo que nunca ha de olvidarse.
Yo no te olvido.
Créeme que no te olvido. Da igual dónde esté.
Te quiero. Te amo,
y eso es lo único que importa. Te echo de menos. Créeme que te echo de menos.
No llores y, si lo
haces, que sea de risa. ¡Pues no dirás que no tuvimos momentos tan estúpidos en
los que fuimos incapaces de contener las lágrimas! Sabes tan bien como yo que
esos son más poderosos que los que tan solo acarrean tristeza.
Olvida lo último.
Mantén la emoción de nuestro primer beso. Olvida la desesperanza del último.
Sus manos temblaron. De sus ojos
manaron lágrimas de dolor que no podía soportar. Era incapaz de olvidar lo que
le pedía, pues pesaba aún demasiado en su pobre corazón. Sin embargo, hizo un
esfuerzo y continuó leyendo, tan solo para recordar sus últimas palabras. Para
leer escrito el nombre que tanto le costaba pronunciar en voz alta, pero por el
que tantas veces suspiraba.
Y regodéate, porque pocos son los que pueden
presumir de haber pasado tan innumerables momentos de gloria, algunos sin tener
siquiera que salir de una pequeña habitación. Tan solo escuchando las palabras
que mucho tiempo añoró oír, y recibiendo los besos que sus labios siempre
quisieron sentir.
Por eso te pido
¡no llores! Ríe, y que tus sonrisas perduren para siempre en el tiempo. El
dolor se apaga poco a poco, dejando paso a la satisfacción de haber vivido.
Por eso, Shun,
aunque no sepa yo dónde estaré mientras leas esto, te suplico que rehagas tu
vida. Empieza de cero. Busca, encuentra. Ríe, canta, baila, haz el amor tantas
veces te plazca. Falla, arregla, sonríe a las tormentas, deja que tu corazón se
avive con cada hombre que te diga que te quiere.
Te esperaré. Te
esperaré, pero más te vale tenerme esperando mucho tiempo.
Pasearé mientras
entre las nubes. Susurraré tu nombre y hablaré con todas aquellas personas que
nos han ido dejando.
Ahora, sé feliz.
No intentes hacer
todo lo que te dije. Hazlo, sin más.
Y recuerda, el
único que consiguió que este frío corazón se derritiera, fuiste tú.
Mi más sincera
despedida, y entregándote todo mi corazón,
Hyoga.