Entre los rayos de la luna la escuchaba cantar, alegre, con las manos
danzarinas en su regazo, mientras movía los labios de esa forma tan
tranquilizante, tan dulce, como una muñeca intocable, de coleccionista. Con el
cabello cayéndole sobre los hombros como bucles castaños y brillantes.
Cantaba sobre
historias de tiempos remotos, según decía, aunque yo sabía que sus palabras
eran pura imaginación. Cuentos de hadas, tal vez, o sueños de su infancia. Tal
vez pesadillas. Pero ella se las creía, las vivía intensamente, como una niña
pequeña dibujando en un trozo de papel. Sus ojos se iluminaban, parpadeaba
varias veces y se dejaba consumir por el entorno. No parecía vivir en nuestro
mismo mundo, sino que tenía la mirada tan perdida como un lejano planeta al
otro lado del universo.
Solía decir que
ella misma era un cuento, una fantasía, una alucinación... que mirarla era como
traspasar varios espejos de diferentes reflejos, vivir mil aventuras sin
necesidad de cerrar los ojos. Se sentía, además, deseada, pero nunca supe el
significado que le quiso dar a esa palabra, y tampoco tuve el valor de
preguntarle. Si ella no me lo decía, era por algo, por lo que fuera. Igual no
tenía mucha más importancia. Sin embargo, más de dos noches mi cabeza dio
vueltas intentando descifrar lo que sus palabras ocultaban, sin conseguir más
que me invadiera el sueño y caer dormido, y soñar con ella, con sus cuentos,
con su imaginación, con sus labios...
También decía que
era libre como un ave, que ninguna jaula podía retenerla ni siquiera unos
segundos. Y cada vez que me decía ésto me invadía la extrañeza, pues siempre la
veía sentada en el mismo banco de piedra frente a la misma fuente bajo la misma
luz de luna. Tampoco le pregunté, pues igual ella no se refería a la libertad que
entiendo yo, aunque me hubiera gustado saber realmente lo que significaban sus
expresiones, sus frases cargadas de palabras que parecían no tener ningún
sentido.
Aún así la quería,
por muy lejana que la sintiese, aún por todas las veces que me golpearon la
cabeza con mares de dudas. Ella estaba allí, haciendo algo que nunca
comprendería. Compartiendo viejos cánticos que nunca supe si eran suyos de
verdad o los había escuchado alguna vez hacía mucho tiempo.
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