domingo, 9 de agosto de 2015

Alma danzante de luna

Entre los rayos de la luna la escuchaba cantar, alegre, con las manos danzarinas en su regazo, mientras movía los labios de esa forma tan tranquilizante, tan dulce, como una muñeca intocable, de coleccionista. Con el cabello cayéndole sobre los hombros como bucles castaños y brillantes.
                Cantaba sobre historias de tiempos remotos, según decía, aunque yo sabía que sus palabras eran pura imaginación. Cuentos de hadas, tal vez, o sueños de su infancia. Tal vez pesadillas. Pero ella se las creía, las vivía intensamente, como una niña pequeña dibujando en un trozo de papel. Sus ojos se iluminaban, parpadeaba varias veces y se dejaba consumir por el entorno. No parecía vivir en nuestro mismo mundo, sino que tenía la mirada tan perdida como un lejano planeta al otro lado del universo.
                Solía decir que ella misma era un cuento, una fantasía, una alucinación... que mirarla era como traspasar varios espejos de diferentes reflejos, vivir mil aventuras sin necesidad de cerrar los ojos. Se sentía, además, deseada, pero nunca supe el significado que le quiso dar a esa palabra, y tampoco tuve el valor de preguntarle. Si ella no me lo decía, era por algo, por lo que fuera. Igual no tenía mucha más importancia. Sin embargo, más de dos noches mi cabeza dio vueltas intentando descifrar lo que sus palabras ocultaban, sin conseguir más que me invadiera el sueño y caer dormido, y soñar con ella, con sus cuentos, con su imaginación, con sus labios...
                También decía que era libre como un ave, que ninguna jaula podía retenerla ni siquiera unos segundos. Y cada vez que me decía ésto me invadía la extrañeza, pues siempre la veía sentada en el mismo banco de piedra frente a la misma fuente bajo la misma luz de luna. Tampoco le pregunté, pues igual ella no se refería a la libertad que entiendo yo, aunque me hubiera gustado saber realmente lo que significaban sus expresiones, sus frases cargadas de palabras que parecían no tener ningún sentido.

                Aún así la quería, por muy lejana que la sintiese, aún por todas las veces que me golpearon la cabeza con mares de dudas. Ella estaba allí, haciendo algo que nunca comprendería. Compartiendo viejos cánticos que nunca supe si eran suyos de verdad o los había escuchado alguna vez hacía mucho tiempo.

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