domingo, 30 de abril de 2017

Con primaveras y otoños

Fue entonces que creció con la marea.
                Unas briznas de hierba acariciaron su piel y cerró los ojos, dejando volar su imaginación. Agrandando el corazón con cada brisa. Describiendo círculos en el suelo, con las manos dejadas.
                Era un mundo nuevo. Verde, caluroso y frío, con primaveras y otoños, donde nada más importaba porque nadie había. O nadie quedaba.
                Pensó que quizá sería una utopía. Un lugar sin personas arrasadoras. Quedaban árboles y bajo ellos no había cenizas. Los mares y océanos eran azules y verdosos, y muchas de las orillas, cristalinas.
                Los cielos despejados, las nubes blancas. Las rocas apiñadas naturalmente, sin esquinas, sin pisos, sin escaleras artificiales. Los ríos corriendo entre los árboles y las criaturas acercándose a sus aguas para disfrutar del agua que dejaba arrastrar los sedimentos de las montañas.
                Pero abrió los ojos, acunada por un viento frío. Y las briznas de hierba eran grises y los cielos estaban cubiertos de neblina.
                Quiso llorar, pero ya no le quedaban lágrimas con las que regar la tierra. Ni los troncos de los árboles cortados lloraban su savia, mucho tiempo atrás secada por el aire.
                Se levantó, pero no quería caminar. Lo único que deseaba es tener el poder en sus manos para convertir su sueño en realidad. O quizá, tal vez, para seguir soñando.

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