miércoles, 6 de mayo de 2015

Vasto océano de indiferencia

Flota por el Universo y cae en la orilla del umbral. Las olas de las estrellas no le dejan ver más allá de sus pasos, pero intuye con el resto de sus sentidos la música de lo eterno. Y pasea bajo nebulosas y bajo arcos de color que se mecen con la suave brisa se un atardecer espacial.
                Ni se siente vacío ni se siente diminuto ante toda aquella devastadora fuerza de lo inmortal, mas sabe que su vida dura muy poco comparado con la de todas aquellas cosas que se encuentra alrededor. Pero no le importa lo más mínimo ahora que su piel percibe el sentir de lo etéreo y de lo desconocido al tiempo que los rayos de los cuerpos celestes penetran en su corazón y tiran de su alma para llevárselo consigo.
                Está solo en un mar de verdades aún desconocidas, pero le basta el simple hecho de saber que existen. Disfruta con cada paso que le lleva hacia adelante, o quizás en diagonal, o quizás hacia abajo, o quizás a ninguna parte. Nada tiene importancia cuando se deja llevar. Él mira, él contempla, él exhala grandes bocanadas de nada aguantando sus exclamaciones de sorpresa y cierra los ojos cuando todo a su alrededor se vuelve infinitamente perfecto, pues siente que su cuerpo no está capacitado para apreciar tanta belleza. Y aún así, los vuelve a abrir como si pretendiese hacerse dueño de la eternidad.
                Las galaxias que giran a gran velocidad parecen diminutas a medida que se aleja de ellas, pero poco a poco se abre más Universo ante sus ojos, y miles de galaxias que parecían tan lejanas ahora son enormes y musicales cúmulos de luces parpadeantes, tan cegadoras como imposibles de dejar de mirar. Pero el camino continúa y él no puede parar.
                No puede parar sus pasos intranquilos que le llevan hasta lugares que nadie más soñó jamás con ver, y se ve envuelto en nubes de polvo tan inmensas y coloridas como los arcoíris del campo por el que antaño solía pasear.
                Palidece con cada estrella y junta las manos para rezar al dios de lo eterno para que no le saque nunca de allí. Ve cada planeta y observa, de vez en cuando, civilizaciones perdidas anhelantes por descubrir que no están solas en aquel mar de oscuridad. Y hacía mucho tiempo que no admiraba el cielo azul de la mañana y las pequeñas estrellas tan alejadas sobre sus ojos en una noche de primavera. Y ahora que estaba frente a ellas, cara a cara, como siempre había soñado, un fuerte sentimiento de añoranza le reprime el corazón y siente melancolía por aquellos días en los que veía las estrellas desde la hierba de su jardín y empleaba su telescopio para ver más de cerca los cráteres de la luna.
               Todo aquello le quedaba grande. Él no era más que un ser diminuto e irrelevante ante una maravilla sin umbral. Un pasajero del espacio y del tiempo que no sabía cómo encontrar el camino de regreso hacia su hogar. Si cerraba los ojos, veía negro. Si los habría, veía colores sobre un fondo más negro si cabía. ¿Cómo no iba a sentirse afligido? Todo era descomunal, un vasto océano de indiferencia, sin fin, más grande de lo que la imaginación llegaba a alcanzar. Y él estaba solo, perdido en él. Y ni siquiera le importaba.

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