Se pasó toda la tarde pensando en la
historia que Hyoga le había contado esa mañana en el recreo, escondidos tras
los árboles del jardín para que nadie les encontrase, como siempre hacían. No
en vano, Hyoga, el muchacho de 14 años recién cumplidos, apenas unos meses
mayor que él, de cabellos rubios y ojos azules como el mar, llevaba mucho
tiempo siendo su mejor amigo, al menos por su parte.
Todos los días le contaba
historias extraordinarias sobre seres fantásticos, sobre el universo, sobre
animales, sobre colores, sobre el mar… y aquel día no había sido distinto.
Suspiró varias veces mirando por
la ventana de su habitación. Lo único que deseaba era que amaneciera pronto,
aunque aún no era siquiera la hora de cenar, para poder volver al colegio y
continuar escuchando las historias que Hyoga tenía para contarle. Muchas veces
se había preguntado de dónde las sacaba, pero nunca había llegado a
pronunciarle la pregunta. Simplemente se dejaba llevar por sus palabras dulces
y quedaba atrapado en el mundo de la imaginación, luchando para que el recreo
no se terminase nunca.
Cuando sus padres y hermano le
llamaron para cenar, sus ojos brillaron al recordar que ya quedaba menos para
volver a embriagarse con las palabras perfumadas de Hyoga.
Se levantó
ansioso de la cama nada más sonó el despertador, como solía hacer todas las
mañanas. Sin saber por qué, también intentó vestirse lo más guapo que pudo,
cayendo después de salir de casa en lo que acababa de hacer.
Llegó hasta el colegio, se
despidió de su hermano, que ya iba al instituto, y entró en su aula con una gran
sonrisa que se desvaneció al no ver el rostro risueño de Hyoga en su sitio. Sin
embargo, unos segundos después sintió las manos frías del joven aferrándosele a
los ojos y preguntándole quién era. Shun se dio la vuelta riendo y le abrazó
con fuerza siendo correspondido casi de inmediato.
Las primeras horas de clase
pasaron pesadas. Shun no podía dejar de rememorar una y otra vez cada una de
las historias que le había contado Hyoga. No dejaba de revivir el centelleo de
los ojos azules de su amigo cuando le contaba algo emocionante o romántico. No
podía dejar de verle en su imaginación, sentado frente a él sobre la hierba,
mirándole intensamente mientras sus labios, rojos como rosas, se movían
armoniosamente al son de sus palabras.
La campana le sobresaltó
mientras pensaba en él, y pronto la figura alta de Hyoga apareció frente a él y
le cogió de la mano con una sonrisa, tirando suavemente de él y susurrándole al
oído:
—Hoy quiero contarte una historia muy especial —le dijo, y provocó que
el corazón de Shun comenzase a latir con mucha fuerza.
Quiso
preguntarle de qué historia se trataba, pero Hyoga bajaba rápidamente las
escaleras hacia el patio y se internaba entre los árboles del jardín,
esquivando las ramas y tratando de pisar el menor número de flores posibles. Se
sentó frente a un árbol e instó a Shun a que se apoyase en el tronco. Así lo
hizo, y quedaron cara a cara. Shun le preguntaba con la mirada sobre la
historia, pero la única respuesta que obtenía era la risa nerviosa de su amigo
y sus mejillas encendidas.
—Hace
muchísimo tiempo —comenzó Hyoga por fin—, mucho más tiempo del que te puedas
imaginar, surgieron de la nada millones y millones de partículas que se
esparcían por lo que ahora conocemos como el universo.
>>Fue
tras una explosión inmensa, después de que toda la materia se hubiera
concentrado en un único punto del espacio y, hartándose de las altas
temperaturas que eso conllevaba, se expandió a gran velocidad abriéndose paso
por entre la oscuridad.
>>Poco
a poco se fue transformando en un mar cósmico inmenso, y las partículas que
antes habían estado tan separadas comenzaron a juntarse, añorando el calor de
estar con sus semejantes, charlando entre ellas, reuniéndose de nuevo para
crear los elementos que conforman todo el universo. Pero eso no les bastaba.
>>El
mar cósmico se hizo más grande. Cada vez había más aglomeraciones de partículas
que temían quedarse solas vagando en la oscuridad. Empezaron a formarse cúmulos
de partículas tan grandes que contenían otros cúmulos más pequeños, pero que a
nuestros ojos son gigantes. Bueno, esos super cúmulos son las galaxias. Al
mismo tiempo, todas las partículas de las galaxias formaban familias de
galaxias, aunque hoy en día se están volviendo a alejar entre sí, como si las
galaxias fuesen razas de animales distintas que buscan su propio camino.
Shun
escuchaba el relato de Hyoga con los ojos verdes perdidos en la inmensidad azul
de los de Hyoga, tratando de imaginar todo lo que estaba contando su amigo y sin
percatarse de ello, Hyoga estrechó entre las suyas las manos de Shun,
acariciándolas mientras contaba su historia.
—Sin
embargo, no todo era tan perfecto como esas partículas hubieran querido. Sí, a
partir de ellas se creó todo lo que conocemos hoy en día. Te crearon a ti, me
crearon a mí, crearon ese árbol, estas flores, tus ojos verdes… —su voz había
ido perdiendo intensidad mientras que sus mejillas ganaban rojez—. En cada una
de esas cosas están ellas, juntas, como tantas veces quisieron. Felices.
Sonrientes. Pero algunas de ellas escaparon de los objetos que creaban para
irse a convivir con las partículas de otros objetos distintos.
>>Viven
aferradas a una familia que no es la suya, y sus familias las echan de menos,
pero ellas no quieren regresar.
Hyoga
miró a Shun a los ojos. Parecía que tenía ganas de llorar, pero se contuvo.
Shun sentía que el corazón se le saldría del pecho. Las manos ahora cálidas de
Hyoga temblaban entre las suyas y sus labios entreabiertos deseaban continuar
con su historia.
—Ellas
se sienten atraídas por las otras partículas. No quieren separarse jamás, y sus
familias piensan que todo es un error, pero yo estoy seguro que es capricho del
destino —cerró los ojos unos instantes y los volvió a abrir lentamente—. Shun,
las partículas de tu corazón se instalaron en el mío desde la primera vez que
te vi, y no quiero que se vayan nunca —terminó en un susurro.
Los
ojos de Shun miraron en todas las direcciones hasta acabar perdidos, de nuevo,
en los ojos azules de Hyoga. Sentía la madera contra la espalda y la mirada de
su amigo contra su rostro.
Hyoga
se acercó a él y le dio un beso en la mejilla, haciendo que esta se incendiase.
Se miraron a los ojos a apenas unos centímetros de distancia y entonces Hyoga
le besó en los labios tan suavemente como el tacto del algodón, y Shun no tardó
en comprender que aparte de las historias que le contaba, también era Hyoga al
que había estado amando durante todo aquel tiempo.
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